Hace tiempo leí un cuento de Jorge Bucay que desde entonces cuento a menudo en mi consulta para explicar a las personas la relación tan especial que existe entre la rabia y la tristeza. El cuento es el siguiente:

“La Tristeza y la Furia
Había una vez… un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente. Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque. La furia, apurada (como siempre está la furia) urgida –sin saber porqué– se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua…  Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró. Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza. Y así vestida de tristeza, la furia se fue.  Muy calmada, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza, terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia. Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es solo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad está escondida la tristeza.” (Bucay, J. 2007. Cuentos para pensar. RBA Libros. Buenos Aires).
El cuento de Bucay me gusta mucho porque explica sencillamente cuál es la relación entre la tristeza y la rabia. Cuando alguna de estas dos emociones aparece en nosotros y nos la dejamos sentir plenamente, su curso natural de fluidez nos revela su naturaleza real, el otro lado de la moneda que correspondientemente es la segunda emoción. Detrás de la ira se esconde el dolor, la tristeza de haber sido abusados, irrespetados, tratados injustamente, etc., así como detrás de la tristeza está el enfado. Pasa que a veces parece más fácil estar triste que estar enfadado (por ejemplo, si el enfado es con alguien que queremos mucho y tememos el conflicto o sus consecuencias sobre la solidez de la relación), o viceversa (por ejemplo, si el dolor parece demasiado grande para poderlo sostener, entonces encolerizarnos nos da una energía que aparentemente ayuda a sostener la pena).
Si permitimos que la emoción fluya y nos sumergimos en ella dejando que nos lleve,  podemos ver su transformación y entonces, reconocer nuestras verdaderas motivaciones y elegir un curso de acción coherente con lo que ocurre en nuestro interior. La tristeza nos dulcifica tras la furia y la ira nos activa tras la tristeza; si las reconocemos sin aferrarnos, podemos trascender una y otra y desarrollar nuestra ecuanimidad emocional.

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