El querido maestro Thich Nhat Hanh (Thay), solía decir que el mejor regalo que podíamos hacerle a alguien era nuestra presencia, era poderle decir “estoy aquí para ti, querido/a” en cualquier circunstancia de la vida, sea para celebrar juntos o para abrazar un evento doloroso (muy importante en este segundo).  Lo que “estar presente” significa tiene muchos componentes, pero uno de los fundamentales es estar con el otro compasivamente, en apertura y sin juicios, comprendiéndole y escuchándole. Esto es muy difícil cuando tenemos una mente poco entrenada (que no reposa en la meditación ni está habituada a la reflexión), pero sobre todo porque la comunicación humana no es directa y los filtros entre lo dicho y lo entendido son múltiples y en algunos casos engañosos. Por eso, cuando Thay se aproximaba a las relaciones decía que era necesario aprender a comunicarnos, hacernos hábiles en escuchar y hablar desde un lugar compasivo donde auténticamente pudiéramos acompañarnos. Este artículo tiene el propósito de abordar 4 lineamientos básicos para comenzar a aprender a escuchar (del habla nos ocuparemos en futuros posts).

  1. Antes de aconsejar o de intentar resolver, pregunta: En occidente las personas estamos habituadas a un estilo de comunicación que se basa en la vergüenza y en la culpa cuando aborda las partes que consideramos menos afortunadas de nuestra experiencia. Esto hace que a veces no podamos expresar bien lo que nos sucede, y que en contraparte nos encontremos con un interlocutor que fácilmente hace juicios basados en dicha parcialidad y busca soluciones, da consejos etc. Algunos psicólogos incluso asocian la tendencia a aconsejar en vez de preguntar con una propia huida del dolor por parte de quien escucha. ¿Alguna vez habéis sentido el descanso de estar con alguien que antes de saltar a conclusiones os ha preguntado cómo os sentís al respecto, qué cosas habéis intentado ya o qué os ha funcionado en el pasado? La verdadera escucha tiene su raíz en la curiosidad genuina de saber cómo está el otro con respecto al tema que está comentando, qué le pasa a él con eso. Si queréis ayudar a quien tenéis al frente, lo podéis hacer en forma de pregunta, podéis demandar ¿Qué necesitas (de mí)? También podéis preguntar: ¿Te interesaría conocer mi opinión sobre esto? Así, en vez de avasallar al otro con vuestro criterio, le dais espacio para que sea y para cultivar conjuntamente el vínculo dándoos el apoyo que requerís.
  2. No interrumpas: Hay personas que hablan lento, que se extienden, que se van por las ramas, o que son abstractas/demasiado concretas para hablar. Si no te sientes cómodo con la manera en que se expresan posiblemente esto signifique que tu estilo de comunicación y el de la otra persona son diferentes, no que el suyo es incorrecto. Ten paciencia y permite que el otro se exprese, o si lo requieres, en su momento di lo que tú necesitas del otro para escucharle mejor, por ejemplo: “Cuando hablas vagamente me cuesta seguirte, ¿podrías ser un poco más concreto?” o “Para mí es difícil saltar de tema en tema, ¿podemos concluir o precisar lo que me estabas diciendo hace un momento?”. También interrumpimos cuando creemos que nuestra intervención desvirtúa la línea de pensamiento del otro. Si es así, también lo será al final de la frase, así que espera. Nuevamente en este punto la clave está en estar desde la curiosidad, sin pretensiones de saberlo todo, queriendo entender qué dice el otro. Así también cultivamos el respeto, que se rompe cada vez que cortamos al otro para imponernos.
  3. Practica la empatía: A menudo se define la empatía como la capacidad de ponerse en los zapatos del otro. Muchas personas entieden que esto significa: “siendo yo como yo soy, ¿qué haría si estuviese en la situación en que está el otro?”. Esta es una primera capa de la empatía y está bien que la ejerzamos. Ahora, el lugar donde realmente podemos abrirnos al otro es si pensamos: “si yo fuera como es él  ¿qué haría si estuviese en la situación en que está el otro?”. Ese pequeño matiz nos puede llevar a comprender realmente. Un ejercicio que a mí me ha resultado muy útil para esto es imaginar que tengo el cuerpo de la otra persona, que tengo sus manos, sus ojos, su color de piel, su estatura y contextura física, su sexo, su historia, su fe, sus ideales y heridas, etc. Para poder imaginar esto, tenemos que haber observado y tenemos que querer ver al otro. En esta intención se anida la empatía.
  4. Olvídate de tus presupuestos: En esta misma línea, las cosas que das por obvias o concebidas, tus juicios sobre el otro, se interponen entre ti y él/ella a la hora de lograr una comunicación fluida y amorosa. Tu escucha no puede ser profunda ni compasiva si estás lleno de ideas sobre tu interlocutor o sobre el tema que te está explicando. ¿Cómo te has sentido tú cuando has hablado con alguien lleno de pre-conceptos? ¿Te sentiste comprendido/a, escuchado realmente? Utiliza la experiencia de las veces en que no te sentiste acogido para trabajar en tu propia capacidad de estar presente con el otro, aceptando su realidad.

La intención de estar presentes y de relacionarnos compasivamente es una de las bases para construir relaciones felices donde podamos descansar mutuamente los unos en los otros y crecer, desarrollándonos expansivamente y uniéndonos. Te doy las gracias por practicarla.

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