Nadie merece más tu amor que tú mismo

Buda

El rechazo es una de las heridas más dolorosas y frecuentes por las que las personas consultan a un terapeuta. Lo vemos en diferentes formas: Ser dejado o traicionado por una pareja,  exiliado del sistema familiar, apartado por compañeros de clase/trabajo o señalado por diferente, ignorado o excluido, entre otras. Científicamente se ha explicado que el dolor del rechazo fue inicialmente instaurado en nuestros cerebros como un mecanismo de supervivencia y control que nos avisaba algo así como “cambia tu conducta ahora si no quieres morir”, pues en tiempos remotos ser repelidos suponía directamente la muerte: un humano no sobrevivía solo en las noches lejos de su clan. Aun en la actualidad, en nuestras edades más tempranas el rechazo puede costarnos la vida. Somos seres que necesitan del contacto y el amor, y a quienes el rechazo hiere duramente. ¿Qué tan duramente? Recientemente un estudio de la Universidad de Michigan ha comprobado con el uso de MRI que el rechazo y el dolor físico implican las mismas partes de nuestro cerebro. La conclusión es que para este las heridas emocionales y las físicas suponen lo mismo, duelen igual.

Ante la evidencia científica me pregunto ¿por qué socorremos con inmediatez las heridas físicas, las cuidamos, las limpiamos, las curamos, y en cambio con las heridas emocionales a veces ni siquiera las reconocemos? Aunque estemos adoloridos y sintamos intensamente en el cuerpo la punzada de rechazo, no nos ocupamos de nosotros, no nos damos la atención que requerimos ni nos tratamos con amabilidad. Este post está pensado para ayudarte a cuidar de ti cuando el rechazo ocurre, presentándote tres premisas básicas para ello:

  1. Reconoce la herida: Lo principal es saber que estamos sufriendo y qué nos pasa. Ser capaces de sincerarnos con nosotros (e idealmente también con otros cercanos que nos puedan prestar su calidez y escucha neutra), requerirá valentía y coraje para atravesar las barreras del orgullo, la vergüenza y el juicio. Este es el punto de partida para comenzar a sanar; tal como con una herida del cuerpo es necesario un diagnóstico acertado, saber dónde duele y cómo.
  2. Detén la cadena de pensamientos negativos: Justo porque el dolor del rechazo es originalmente un mecanismo de supervivencia orientado a alertarnos sobre cosas que debemos cambiar, es un hábito fuertemente arraigado en nuestro cerebro. En nuestros días este hábito ancestral pasa de la reflexión a la obsesión y al exceso de pensamientos negativos que buscan de manera exhaustiva y a menudo cruel todo lo que está mal en ti y en tu vida, todo lo que te hace falta, y todos los escenarios más negros posibles de futuro. Cuando esto ocurre, hacemos la herida aún más grande, la infectamos y le damos más poder para inhabilitarnos. Un porcentaje altísimo del dolor del rechazo viene de nuestros pensamientos al respecto y de la manera como nos tratamos cuando ocurre. Como diría Buda: “Tu peor enemigo no te puede dañar tanto como tus propios pensamientos”.
    Así, es fundamental que consigamos parar la línea de pensamientos y no ir derrotero abajo con ellos. Aquí 4 sugerencias para desafiar este hábito tóxico:

    • Pon la atención en otra cosa: Deliberadamente y haciendo uso de tu consciencia y tu voluntad, cada vez que te pilles en el hábito de la autocrítica despiadada, detente y atiende otra cosa. Puede ser tu respiración, que siempre está ahí, disponible. También puede ser una foto, o un objeto evocativo que te permita recordar un momento o un lugar reconfortante. Entre más vívido, mejor, con lo cual está bien que no sea ficticio, sino que haga parte de tus recuerdos buenos y simples, sin muchas complejidades. También puede ser cualquier otra cosa que elijas y que signifique una observación positiva y restauradora. Está comprobado que focalizar nuestra atención por 2 minutos en otra cosa puede romper la cascada de pensamiento negativo.
    • Sé disciplinado: Al ser un hábito muy enraizado, debemos ser firmes y no cejar en nuestra intención de desafiarlo. Así, si tras 5 minutos de haberlo roto el hábito “contraataca”, tú debes continuar en tu intento. La póliza debe ser de 0 tolerancia al automaltrato, a lo que no te hace bien.
    • Recuerda que la herida no es un buen lugar para pensar. Sólo la calma permite reflexionar desde un lugar justo y neutro que resulte en acciones sabias. Siendo así, no te tomes en serio lo que te dices estando dolido. Es importante que sepas que el pensamiento negativo del rechazo es sólo producto del hábito y no tiene sustancia. ¡Es inútil! Descéntrate y olvídate del control, pues la obsesión no te dará la clave para no volver a ser rechazado.
    • Si intentar no hacerlo no funciona, entonces hazlo con consciencia: Obsérvate bien, respirando y en presencia mientras te criticas. Escucha cada cosa que te dices, y observa sintiendo el mal que te haces, el dolor que te produces. Este Midnfulness de lo que te daña puede liberarte; atiende con el corazón. Pregúntate ¿Para qué me sirve esto? ¿Lo quiero para mí? ¿Qué sentido tiene?
  3. Cuídate y déjate cuidar: Así como cuando estamos enfermos acudimos a otros para que nos ayuden a cuidarnos, igual con el dolor emocional es fundamental que podamos rodearnos de cariño. Aprende a pedir/aceptar compañía y ayuda, sabiendo que esto enriquece las relaciones (sí, garantizado que tras el apoyo, el vínculo es más fuerte), y sobre todo, que te hace bien. No te abandones cuando más te necesitas (aquí te explico cómo), tú mereces todo tu amor.

El rechazo es parte de la vida y hacemos bien en saber reconocerlo y atenderlo. La amabilidad con nosotros mismos es la clave para no hacernos más mal. Tu sufrimiento es el de todos, cuídate con amor.

Mis mejores deseos de que seas feliz, de que estés bien, de que estés saludable y no sufras. ¡Hasta la próxima!

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