Una de las cosas que más me maravilla de conocer muchas personas diversas gracias a la consulta y al hecho de vivir en una ciudad plural, es ver cómo cada persona -independientemente de su modo de vida- cree que como ella vive y las cosas que ella hace, son la manera correcta de cómo se debe vivir y hacer. Un gánster cree de sí mismo que como él es lo mejor, y también lo cree un cura; estoy convencida de que Hitler, Capone y hasta Manson tenían una autoimagen de corrección y adecuación. Excepto casos muy específicos, todos estamos encantados de conocernos, e incluso si no nos amamos plenamente en el sentido del que he hablado tantas veces en este blog, nos damos por acertados, creemos que tenemos la verdad. Con todo lo absurdo que parece por las diferencias tan grandes en las particularidades que tenemos los seres humanos, cada quien se avala a sí mismo. Esto tiene al menos dos consecuencias: La primera es que nos aferramos a una identidad de eso que consideramos correcto, y nos encorsetamos hasta ahogarnos en nuestra idea de lo que debe ser (de esto me ocuparé en futuros textos). La segunda es que gracias a esta sensación de corrección, entramos en la ilusión de estar separados de los otros, nos apartamos y nos consideramos habilitados para juzgarles con la misma vara con la que nos medimos a nosotros mismos. De esta manera, esa vara de medir que es parcialmente ocasionante de nuestro sufrimiento, se convierte también en generadora de dolor para otros, incluyendo a quienes más queremos.

El juicio a los otros es un hábito mental muy arraigado en la mayoría de nosotros. Por juzgar a los otros entendemos evaluar su conducta y reprobarla, considerándola inadecuada, ridícula, estúpida, incorrecta, mala, etc. A este juicio suelen asociarse emociones de ira, odio, rechazo, asco, fastidio e indignación, entre otras. Comenzar a desmontar y cuestionar este hábito trae grandes beneficios a nuestra salud emocional y a la armonía de nuestras relaciones. Por eso aquí os doy tres técnicas para “desinstalar” este “programa”:

  1. Mirar lo que nos une: Cuando juzgamos, estamos más atentos a lo que nos separa de aquel a quien señalamos, que a lo que compartimos como hermanos en la humanidad. Vemos las cosas en las que somos diferentes, lo que “yo no haría así”, o cómo “no me gustaría ser de esa manera”. En cambio, podemos escoger atender a aquellas cosas que nos acercan. Para esto, tenemos como aliado la frase “tal como yo”, que podemos completar con todas las cosas en las que nos parecemos. Después de todo, sólo por pertenecer a la misma especie tenemos inmensas similitudes. Por ejemplo, podemos ver que tal como yo esta persona quiere ser feliz; tal como yo, sufre; tal como yo tiene familia, seres que le quieren y seres a los que quiere; tal como yo tiene dificultades; tal como yo tiene angustias y también capacidad de disfrutar; etc, etc.
  2. Mirar lo que nos atañe: la manera en que juzgamos dice muchísimo más de quienes somos que de quién es el otro. Habla de la lente con la que miras, de tus propios estándares para apreciar lo bueno, lo malo, lo adecuado, lo correcto, etc. Pero más que nada, habla sobre tu ignorancia, sobre lo que no entiendes todavía acerca del otro y sobre tu propia naturaleza. Cuando detectes un juicio, recuerda que por ese dedo que apunta hacia afuera hay otros 4 que apuntan hacia ti. Obsérvate en tus ideas, tus rigideces, tus certezas, y recuerda tu humanidad y que eres falible. Ten en cuenta la impermanencia y que nada es absoluto. Cada reflexión puede ser la oportunidad para soltar un poquito y liberarte de tus prejuicios.
  3. Elevar nuestros propósitos relacionales: Recordemos en cada interacción nuestra intención de ser felices, de liberarnos de patrones tóxicos y de ser amables con nosotros mismos y los otros. Pon la atención en aquello que por encima de las cosas concretas y banales, es importante, tus valores y la parte de ti que es dios y se relaciona con la divinidad del otro. Puedes preguntarte ¿cuál es el propósito mayor de relacionarme con esa persona? ¿Qué cosas nutritivas nos aportamos o podemos contribuir a otros? ¿Deseo desde mi profundo yo poder ser como soy/darle al otro la libertad de ser como es?O bien, ¿Qué sentido tiene para mí mantenerme en la crítica? ¿Qué pasa si la suelto?

Esperando que nuestra práctica contribuya a sembrar la concordia, la belleza y la paz entre nosotros, ¡hasta la próxima!

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