“Aferrarse al odio es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera”

Buddha

En mi post anterior hablaba sobre la rabia, el odio y la venganza, y sugería el fortalecimiento de la compasión como una vía para recuperar la paz interior cuando la hemos perdido a causa de estas emociones. Esta labor comienza por el afianzamiento de nuestro amor propio, nuestro auto cuidado y el compromiso con nuestra propia felicidad. En este post me centraré en una pregunta básica que a mí me ha sido útil: ¿Tú qué necesitas? Os pondré un ejemplo que permite ver el alcance que tiene esta pregunta, así como la progresión que parte de ella hasta el compromiso.

Hace poco tiempo tuve que lidiar con intensos sentimientos de rabia, indignación y asco hacia una persona que había sido muy amada e importante para mí y que me había engañado, irrespetado y lastimado profundamente. La aparición de estos sentimientos trajo consigo un gran dolor, falta de apetito y de sueño, resentimiento y angustia, entre otras emociones que me generaban gran sufrimiento. Entonces comencé a hacerme la pregunta: “¿tú qué necesitas?”, y me respondí que necesitaba apartarme, dormir y comer, necesitaba tener contacto mínimo con quien me había lastimado, que necesitaba compañía y también soledad, que necesitaba llorar, gritar y patear, y en otros momentos también silencio e introspección. Me di esto por unos días siendo fiel a mi necesidad y noté cómo algo de mi tranquilidad se restablecía.

Aún quedaba bastante malestar, así que volví a hacerme la pregunta “¿tú qué necesitas?”, y necesidades más profundas aparecieron: necesitaba comprender, reflexionar y aún llorar bastante y seguir cuidándome. Comencé pues a escribir, a contemplar el hecho desde diferentes perspectivas con el objetivo de verlo con mayor amplitud. En consecuencia, nuevos malestares aparecieron. Por ejemplo, apareció todo aquello que yo había aportado, mi propio auto engaño, el haber depositado confianza ciegamente, entre otros. A este punto la rabia comenzó a dirigirse también hacia mí, mis decisiones y acciones; se presentó también culpa y arrepentimiento. Simultáneamente mi mirada hacia el otro era menos intensa en el sentido de que era menos protagónica, más comprensiva y más compasiva.

Con ese panorama me hice nuevamente la pregunta y mi respuesta fue “necesito darme paz”. Para que esto fuera posible debía soltar la rabia, los deseos de venganza y el asco; debía aceptar.  Así, comenzó el compromiso de desengancharme de las toxinas. Observad que en esta decisión el otro tenía poco o nada que ver; mi motivación era totalmente egoísta, lo hacía por mi propio bienestar. Si la otra persona lo merecía o no, o lo que fuera, era secundario. Este es un ejercicio de autocompasión que puede colaborar a recuperar la paz.

Establecer un compromiso con nuestro bienestar y felicidad es el inicio. Para continuar con la tarea, en próximos posts propondré herramientas para no aferrarse y lidiar con las emociones perturbadoras, así como otras vías para el fortalecimiento de la compasión.

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