La persona más peligrosa es una que este llena de miedo; esa es a la que hay que temerle más.

Lidwig Borne

Me gustaría que pienses por un momento en tus emociones. Siéntate con la espalda erguida y deja caer los hombros, la barbilla y los párpados suavemente mientras mantienes las piernas firmes haciendo contacto con el suelo. Respira y adopta la actitud de un investigador curioso que quiere responder la siguiente pregunta: ¿Es posible para ti sentir rabia, tristeza, envidia, frustración, rechazo, o similares sin sentir miedo? o formulada de otra manera, ¿si no sintieras miedo, podrías sentir emociones “negativas”? Detente en la reflexión por un momento intentando descubrir el mecanismo que te propongo. Permite que la respuesta emerja sin juzgarla.

Si ya has hecho el ejercicio, continúa leyendo. Si no lo has hecho, te aviso: en lo que sigue hay spoilers.

Cuando yo hice esta reflexión por mi cuenta, me quedé altamente sorprendida de encontrar que sin miedo se desvanecían las otras emociones por lo menos en un porcentaje importante. Lo que esto implica es que el miedo está en la raíz de nuestra sombra, así como el amor es el sustrato de nuestra luz. Siempre que nuestro lado oscuro domina y se muestra, es posible rastrear el miedo que se esconde tras nuestras acciones, palabras, emociones o pensamientos. Tenemos miedo a muchas cosas: a lo desconocido, al cambio, a que nos hagan daño, nos abusen, nos abandonen, nos rechacen, a la guerra, a cometer errores, a nuestra propia grandeza, a dejarnos amar, y a un largo etc. Como consecuencia del miedo hacemos, además una serie de cosas en nuestras relaciones a nivel macro y micro. Por ejemplo, ¿habéis pensado si la violencia de las guerras existiría si no tuviésemos miedo? El miedo es una parte muy importante de la psique humana y yace en la base de nuestra infelicidad… aunque no sólo.

La razón de por qué es tan fundamental el miedo, debe rastrearse en nuestros antepasados más remotos y su herencia en nuestro cerebro, que pervive hoy y convive con nuestra configuración neurológica de homo sapiens sapiens. El miedo se aloja en una parte de nuestro cerebro que llamamos “reptiliano”, cuyo funcionamiento continúa basándose en un código de supervivencia extremo y que percibe el mundo en términos de amenaza y oportunidad. Esta emoción básica, entonces, tenía como misión fundamental mantenernos a salvo, evitar peligros que pusieran en entredicho la existencia de la especie y la nuestra propia. En nuestros días sigue operando así y en muchas ocasiones nos avisa de que nos estamos metiendo en terrenos peligrosos. Así pues, el miedo tiene su función y es útil para muchas cosas, así como obstaculizador en otras. ¿Cómo discernir cuándo es qué? y ¿qué hacer para gestionarlo?

Me gustaría proponer tres estrategias básicas para lidiar con el miedo:

  1. Escucharlo: Las personas sentimos miedo al miedo. Cuando nos detectamos temiendo, emprendemos toda serie de maniobras para evitar mantenernos en contacto con el malestar que genera, pues muchas veces desemboca en, también, tener que reconocer nuestra vulnerabilidad, nuestro no saber, la impermanencia y la fragilidad de la vida, entre otras. Si nos permitimos estar con el miedo, probablemente podremos discernir si es miedo útil o es miedo obstáculo. Cuando nos demos cuenta que estamos sintiendo miedo, no corramos, respiremos (a menos que estemos frente a un tigre, entonces sí corramos). Percibamos: ¿dónde está este miedo en nuestro cuerpo? Respiremos ¿Para qué está ahí? A veces sólo estas dos preguntas ya pueden darnos algunas claridades. Dependiendo del tipo de miedo del que se trate, podemos asumir la estrategia 2 o 3 para agenciarlo.
  2. Honrarlo:Si determinamos que es el primer tipo, este miedo es indicador de acción. Nos requiere tomar decisiones respecto de aquello que nos puede dañar (persona, acción, actividad, relación). Honrémosle y démosle las gracias por evitarnos sufrimiento. Está en nuestra mano acatar la alarma.
  3. Enfrentarlo: Si, por el contrario, notamos que se trata de un miedo obstáculo, la mejor manera de lidiar con él es enfrentarlo. Hagamos aquello que nos asusta. Esto excluye el ser temerarios y exponernos en exceso, se trata en cambio de una acción o serie de acciones amorosas y respetuosas con nuestros tiempos y necesidades. Por ejemplo, si nos dan miedo las alturas, enfrentar este miedo no es necesariamente sinónimo de alistarse para hacer puentismo, ni montarse en la montaña rusa más alta. A menos que así lo sientas y necesites, la temeridad no es la solución. Si somos respetuosos con nosotros mismos podemos, un día, asomarnos desde el balcón del primer piso, celebrar nuestro logro e ir a casa. Quizá en un par de días nos sintamos preparados para asomarnos del segundo piso, y luego del tercero. Si al llegar al cuarto nos mareamos tan sólo con verlo, ¡está perfecto! mirémosolo desde la distancia y festejemos lo que hemos logrado, manteniendo la intención de conquistar cada vez un terreno más de nuestro miedo. Nadie nos persigue, démonos el tiempo que sea necesario.

Como podéis daros cuenta, hay un ingrediente en común para las tres estrategias que sugiero: La valentía. Si nuestro miedo nos avisa de algo, pero no tenemos la valentía de tomar las acciones necesarias para evitarlo o modificarlo, la escucha será en vano. Lo mismo ocurre con enfrentarlo. Desarrollar la valentía es, en realidad, la máxima para lidiar con el miedo. Entendamos valentía como la capacidad de hacer con miedo, no de anularlo, sino de sentirlo, reconocerlo y emprender la acción con él de la mano. La valentía representa el amor, y el amor lo abraza todo, también al miedo.

Podemos desarrollar nuestra valentía día a día en pequeñas acciones: decir aquello que nos cuesta un poco en una reunión de colegas, ponernos el sombrero que nos gusta tanto pero nos da un poco de vergüenza, hablar de nuestros sentimientos con esa amiga especial, y miles de posibilidades más. ¿Y tú, a qué acción te comprometes para desarrollar tu valentía hoy?

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