Me gustaría que por un momento pensaras en las personas que has admirado en la historia, los hombres o mujeres que te han inspirado. Piensa en sus vidas, lo que hicieron y lograron, las decisiones que tomaron y las personas que eran. Piensa en sus cuerpos, cómo eran, cómo vestían. Piensa en ellos cuando eran niños, cómo fueron creciendo, se convirtieron en adultos y luego en viejos. Piensa en sus muertes, en el hecho de que murieron, piensa en sus cuerpos sin vida, descomponiéndose. Y piensa en el tiempo que siguió pasando, el día después de esa muerte y el día que le siguió. Piensa en todas las otras personas que murieron el mismo día y en sus vidas, en las personas que les amaban y a las que ellos amaban también. Ahora piensa en tus seres queridos, en tus padres, hermanos y amigos y repite el ejercicio. Observa el paso del tiempo sobre sus cuerpos, considera el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Y también considera la tuya propia, recuérdate niño y proyéctate anciano. Permítete sentir por un momento en tu cuerpo, cómo sin que te des cuenta el tiempo va obrando sobre tus órganos y tu piel. Reconoce que vas a morir, que todos vamos a morir, que el cuerpo enferma y envejece.

El miedo a la muerte es común entre nuestro género, el horror y el desgarro frente a la idea de la propia muerte o de la muerte de otros es usual, no obstante, la muerte es quizá el episodio más seguro de nuestro paso por la experiencia de la vida. Cada momento de vida que tenemos nos es otorgado, cada respiración, cada instante, es un triunfo sobre el destino inevitable de morir. Lacan, el famoso psicoanalista y lingüista, decía que en el inconsciente no existe el tiempo, que hay algo de nuestra autopercepción que nos concibe inmortales. El encuentro con la muerte, por ende, nos confronta con la realidad más básica de la vida, lo que los budistas han llamado la Impermanencia.

Muchas veces cuando me encuentro sumergida en lo que aparentemente son grandes dilemas de mi vida, guardando rencores o “ahogándome en un vaso de agua”, evocar la muerte y la impermanencia me ayuda a retomar un enfoque práctico  y sereno de la vida recordándome lo valioso que es mi tiempo de vida y mi deseo de ser feliz. En la medida en que soy más consciente de la realidad de mi propia muerte más me espanta y también más me enseña que el tiempo para la plenitud es ahora. Considero que algunos síntomas comunes entre las personas occidentales, tales como la preocupación excesiva, la falta de satisfacción y el vacío en nuestras vidas y la nostalgia entre otras, nacen de la falsa idea de que somos imperecederos. Así, algunos sufrimientos podrían evitarse o aliviarse con la sola consciencia  de que vamos a morir, de que el tiempo es un bien para no desperdiciar, un bien precioso que se esfuma como arena entre los dedos.

Para efectos de cultivar nuestra plenitud en el ahora, considero fundamental hacernos conscientes del paso del tiempo, saber que todo pasa (sea bueno o malo) y que cada cosa es consecuencia y efecto de otra o varias, que vamos a morir (los que queremos y también los que no queremos) y que nuestro cuerpo es  sólo transitoriamente lozano. Si murieras ahora mismo, ¿qué diría tu epitafio? ¿qué te gustaría que dijese? ¿Hay diferencias entre las respuestas a la primera y la segunda pregunta? Si no es así, celebra la vida. Si es así celebra igualmente (¡Estás vivo!) y también reflexiona y plantéate cómo quieres vivir este hermoso presente.

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