Hace unos días, como comentario a mi anterior post respecto a hacer la revolución recibí la siguiente pregunta: ¿Por qué los seres humanos somos tan buenos para dar consejos y para advertir a los demás qué mundo deben construir y cómo hacerlo, pero tan deficientes para aplicar esa medicina en nuestro entorno inmediato? Esta es una pregunta que habla sobre la coherencia y las cegueras a las que parece nos supedita nuestra naturaleza. ¿Por qué no conseguimos ser coherentes aunque seamos inteligentes, comprometidos, reflexivos? ¿por qué ninguna de estas cualidades basta para la congruencia?

Siempre me ha maravillado el hecho de que no podamos ver nuestro rostro más que a través de materiales reflectantes, o que no podamos oír nuestra voz tal como suena una vez el viento ha intervenido en las ondas. No sabemos cómo es nuestra voz o nuestra cara, y esto mismo ocurre cuando queremos reconocer cómo somos dentro, tenemos escotomas y cegueras que bloquean nuestra percepción de lo que es, la distorsionan, la anulan o la parcializan. Es evidente la gran dificultad que representa para la coherencia nuestra incapacidad de ver, de vernos, y de alinearnos consecuentemente en todas las dimensiones de nuestro ser. Así que parece claro que al menos parte de la ecuación tiene que ver con este impedimento.

Otra parte de la ecuación puede tener más que ver, quizá, con lo que entendemos como coherencia, que a menudo es una cosa estática, rígida, algo como “si piensas así, debes actuar así, sentir así, hablar así, siempre, en todo momento y per sécula”. La naturaleza de la vida, y por ende también la humana, está aliada al cambio: “hoy pienso así, pero mañana pensaré asá, y por eso actué así, pero mañana lo haré no sé cómo más, y un segundo me siento así, pero luego asá…”. Los humanos somos complejos y variamos constantemente, gracias a lo cual también evolucionamos. El permiso para cambiar de modo de pensar, sentir y actuar es indispensable para la libertad del ser. Si esto es así, ¿cómo pedir coherencia? O más bien ¿cómo redefinirla?

A menudo, entre quienes frecuentan mi consulta encuentro personas que están viviendo lo que llamo “crisis de coherencia”, sufren depresiones o ataques de pánico porque han prolongado por demasiado tiempo situaciones -relaciones, trabajos, hábitos- que no corresponden con sus valores. El trabajo terapéutico en estos casos, consiste en propiciar la toma de decisiones, el amor propio y las condiciones necesarias para el realineamiento. La re-ganada sensación de coherencia es un gran alivio y un nuevo despertar que se mantiene por un tiempo hasta que…¡Todo se vuelve a desencajar! Visto así, la coherencia es una alineación de las diferentes esferas de acción humana -obra, pensamiento, emoción y palabra- con los valores esenciales personales, que no se mantiene en el tiempo. La coherencia, pues, no se puede tener, sólo se puede buscar.

¿Y entonces para qué sirve? Como dijo Galeano sobre la utopía, “sirve para caminar”. La búsqueda de la coherencia nos hace individuos, personas más enteras, conscientes, plenas. Dado que no es una cualidad que se mantenga en el tiempo, sino que requiere irse ajustando periódicamente, hay quizá una sola práctica que nos puede dotar de este alineamiento de manera más permanente: la presencia en el momento actual. Estando presentes podemos constatar nuestra alineación instante a instante y al mismo tiempo dejarnos fluir en el cambio inherente a nosotros. (Quizá entonces podamos saber que no hay nada que alinear, porque no somos nuestros pensamientos, ni nuestras emociones, ni nuestros actos, ni… que somos otra cosa que ya está alineada, una que observa y ríe).

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