“Cuando hay un diálogo verdadero ambos lados están dispuestos a cambiar”

Thich Nhat Hanh

En previos artículos, he hecho alusión numerosas veces a la premisa budista de que el desarrollo de la compasión es el camino hacia la felicidad y la liberación. He  mencionado también cómo algunas prácticas pueden ayudar a que la compasión florezca. En este artículo quisiera detenerme en la Comprensión.

Tal como la define Thich Nhat Hanh, la comprensión es la habilidad para ponernos en la piel de otros y está en la base de la compasión y el amor. Esta es una definición muy similar a la que comúnmente se da sobre la empatía. Si no somos capaces de hacer esto, nos veremos reiterativamente intentando imponer nuestro punto de vista sobre otros,  convencerles.

Hace unos días mi padre me hizo caer en la cuenta de un hábito muy común cuando las personas discutimos: la pretensión de homogeneidad. Casi siempre que encontramos alguien que piensa diferente y nos enganchamos en disputa, nuestro objetivo suele ser lograr que el otro acepte nuestro pensar, haciendo caso omiso de la diversidad obvia de la pluralidad de miradas que, para empezar, dio origen a la desavenencia. Cuando además las emociones intervienen y nos tornamos tercos y obstinados, la capacidad de razonar y dialogar buscando los puntos en común resolutiva y asertivamente queda condenada por la obstrucción que la ira genera en nuestra mirada. Convencer es en esencia un acto  violento e irrespetuoso. No intentar convencer a nadie, no traer a nadie a tu terreno, es el principio de cualquier resolución de conflictos. En la rigidez, no hay diálogo.

Activar nuestra presencia y escuchar al otro con apertura mientras respiramos, puede ayudar a suavizar esta inercia automática a homogeneizar. La aceptación de la diversidad del otro y la comprensión derivada de un acercamiento genuino a su pensamiento, darán origen a una resolución amorosa del problema. Con este objetivo, hay varias prácticas que podemos llevar a cabo para propiciar la comprensión:

1. Ser la diversidad: Nuestro cerebro está programado para separar los que “son como yo” de los que “no lo son”. Está comprobado científicamente que nuestra compasión se facilita más con las personas que concebimos como parecidas (e.g. si soy una mujer negra de edad media, mi capacidad empática será mayor con mujeres que encajen con esta misma descripción que con otras, igual si soy pobre, o rico, o madre soltera, o…). Nos solidarizamos con los iguales y tendemos a excluir a los que no son como nosotros. Así, una buena práctica para aceptar lo diverso, es procurarnos experiencias variadas, en multiplicidad de contextos, ser la diversidad. Esto nos hará empáticos con personas de diferentes orígenes y circunstancias vitales, edades, credos, maneras de ser, gustos, etc. Viajar, hablar idiomas, tener amigos de todas las edades y estratos sociales, es una manera de usar la programación natural de tu cerebro para comprender más y mejor.

2. Preguntar con curiosidad y escuchar con atención: En una disputa, escucha realmente. La increíble terapeuta creadora de The Work, Byron Katie, promueve el arte de la escucha verdadera. En una de sus charlas explica cómo en medio de una agitada conversación su pareja le preguntó exaltado “¿Katie, quién demonios crees que eres?”, a lo cual ella respondió intrigada “Wow, esa es una buena pregunta, dame un momento, ¿quién demonios creo que soy?…”. Esto ejemplifica el arte de escuchar, la capacidad de dejarnos permear por las palabras del otro, cuestionándonos y en apertura, sin dramas, incluso si nuestro interlocutor usa un lenguaje provocativo o está enfadado.

3. Gestionar las emociones: Practica el aristotélico arte de la automoderación, validando las emociones que haya y a la vez, dándoles un cauce de expresión que permita que no se encallen ni exacerben e impidan tu capacidad de dialogar. ¡Respira! Si notas que tu mente está turbia, quizá la conversación deba continuar en otro momento.

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