Hay un mal hábito mental que tenemos las personas, que entorpece nuestras relaciones con otros y nuestra capacidad de aceptarnos y amarnos a nosostros/as mismos/as: el hábito de la comparación. Lo hacemos constantemente. Piensa ¿qué tan a menudo lo haces tú? Para que tengas una referencia que te ayude a observar mejor, te pongo un caso: si en tu mano derecha tienes un objeto azul y en la izquierda un objeto verde y los observas diciendo “este objeto es verde”, “este objeto es azul”, estás apreciando, reconociendo cada objeto. Si en cambio los observas y dices por ejemplo “azul es mejor que verde” o “me gusta más el verde que el azul”, estás comparando. Comparas siempre que, en relación a dos objetos (situaciones, personas, cualidades…), dejas de apreciar y comienzas a evaluar. Hay básicamente tres maneras de comparar: a la alta (“soy mejor que”), a la baja (“soy peor que”) o en igualdad. En próximos posts abordaré lo que ocurre cuando llegamos a las dos últimas conclusiones; en este, me gustaría centrarme en cuando, tras compararnos, resolvemos que somos mejores que los otros.
Algunas personas creen que si las otras personas fueran como ellos el mundo sería un mejor lugar. Les escuchas decir cosas como “si mi pareja hiciera X como yo”, “si la gente fuera X como yo”. Este pensamiento es el resultado de una comparativa a la alta mediante la cual llegamos a la falsa conclusión de que nosotros somos correctos y los otros errados, que tenemos valores mejores, conductas mejores, conciencias mejores, cuerpos mejores, etc. Para desestructurar esta idea y revelar su material ilusorio he ideado un ejercicio que he llamado el mundo de los clones.
Imagina que vives en un mundo habitado exclusivamente por clones de ti. Todas las personas de ese mundo tienen tus mismos atributos mentales y emocionales, los buenos y los malos también. Tienen tus valores así como tus impulsos, ríen como tú, se enfadan como tú, tienen grandes ideas así como rayes y obsesiones, comprenden a los otros así como les juzgan, justo como tú sufren y gozan. Son idénticas a ti en cada aspecto. Algunos son recién nacidos, otros son viejos, niños, adolescentes, jóvenes, hay clones de todas las edades. También hay ambos sexos. Y el mundo en el que viven tus clones es exacto al mundo en el que vivimos, hay clases sociales, algunos de los clones son habitantes de la calle, otros viven en grandes palacios, otros fueron a la universidad, otros son analfabetas, unos han sido bombardeados, otros conducían los bombarderos. Permítete valorar cómo serías en cada una de esas circunstancias. Tómate tu tiempo para sentirlas en tu cuerpo y percibe cómo incluso este puede variar según cada experiencia, en la vejez o por un trabajo determinado, por ejemplo. Mantén tu mente aguda, no te permitas el autoengaño, aprecia el impacto de las vivencias en tus decisiones, acciones, pensamientos y manifestaciones emocionales. ¿Hay algunas vivencias que sacarían a flote tu lado más oscuro o que no dejarían expresarse alguna cualidad? ¿Bajo qué condiciones te ves brillando aún más que ahora?
Si has hecho bien el ejercicio, en plena sinceridad y reconociendo tu sombra, es posible que hayas podido advertir que cada historia es única y tiene matices particulares que hacen aflorar unos u otros rasgos de la personalidad, y que no en todas ellas te gustas tanto, o sientes que eres un modelo a seguir. Maravíllate con todas las posibilidades de ti que podrían haber sido, reconoce tu ignorancia sobre las miles de variables que se cruzan para hacer de cada ser lo que es y date un momento para integrar la sensación de no juzgar. Quizá te sorprendas al pensar que en el deseo de que los otros fueran como tú el condicional sobra: los otros, en efecto, ya son como tú, pero están viviendo sus propias circunstancias.
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