[fusion_text]Según las estadísticas 7 de cada 10 personas sufre del síndrome de impostor. Tú, querido lector, querida lectora, es posible que lo padezcas sin saberlo. Cuando hablo a mis clientes respecto a él siempre me ha parecido muy extraño que siendo tan endémico, no se conozca ampliamente qué es este síndrome, cómo actúa, cuáles son sus consecuencias y qué se puede hacer para combatirlo.  En este post, justo ese es el propósito: informar sobre estos aspectos, porque sólo se puede transformar lo que se conoce.

¿Qué es el síndrome del impostor? Muchos de nosotros tenemos la sensación de no ser lo bastante buenos en nuestros trabajos/estudios/relaciones,  incluso si la evidencia dice lo contrario -e.g. si nuestros superiores nos reconocen, tenemos importantes logros académicos, o nuestros hijos nos dicen que somos los mejores padres-. Esa dificultad para aceptar la evidencia de que lo que hacemos y cómo lo hacemos está bien, nos causa una especie de vergüenza/culpa/inseguridad que en algunos casos puede ser tan acuciante que se transforma en angustia vital o desesperación. Los pensamientos que se asocian a este cuadro son del estilo “no soy suficiente”, “en algún momento los demás se darán cuenta que soy un fraude”, y en general expresan la idea de, justamente, sentirse un impostor que en algún momento va a ser pillado en el acto.

Las consecuencias de este síndrome van desde el auto-boicoteo puntual que hace que no se expresen plenamente las propias capacidades,  hasta el bloqueo generalizado para participar de la vida profesional o de las relaciones. Normalmente hay duda sobre las propias habilidades, suspicacia sobre los propios logros y dificultad para disfrutarlos y para aceptar el reconocimiento o el agradecimiento de los otros. Ante estos, siempre hay una voz que dice “él me está reconociendo porque no sabe que… (rellena aquí con tus justificaciones auto-devaluativas)”. Incluso personas en el clímax de su carrera, con fama, reconocimiento mundial, premios que les ratifican, etc., han declarado sufrir el síndrome del impostor. Actrices de Hollywood, altos dirigentes de organizaciones mundiales o de multinacionales arrolladoramente exitosas, todos son susceptibles a sentir que su éxito es ilegitimo y que no lo merecen. Si tú también te sientes identificado, sigue leyendo porque a continuación daré cuatro herramientas para desafiar el síndrome del impostor.

  1. Divorcia los conceptos “Fácil” y “malo”. El síndrome de impostor aprovecha los eventos de nuestra vida que consideramos que nos han venido naturalmente o con facilidad, y los menosprecia quitándoles el valor que tienen en el mundo concreto. Nuestra visión sobre esos logros es entonces sesgada y no admite la historia que es verdad en el estrato más simple, que es “yo logré esto”, sino que se enreda en explicaciones de por qué haberlo alcanzado es despreciable. Para desafiar el síndrome es importante que entendamos que “fácil”/”suertudo”/”natural”/”con ayuda”, etc., no son sinónimos de “sin valor”. No sólo porque en efecto no lo son, sino justamente porque uno de los efectos del síndrome consiste en parcializarnos negativamente en nuestra apreciación de lo difícil, contándonos que sólo tiene valor lo que hemos obtenido con incontable sufrimiento. A veces incluso si hemos sufrido bastante, sentimos que era necesario esforzarnos más. Nuestra visión no es justa y por esto es útil renunciar a juzgar nuestros logros bajo estos conceptos. También, porque desmaridar “fácil y “malo” nos permite aceptar los regalos de la vida, disfrutar de los frutos de las cosas para las que somos buenos y que se nos dan con ligereza, y estar agradecidos por lo conseguido.
  2. Reconoce las gamas que hay entre el blanco y el negro. Una de las principales razones por las cuales se sufre del síndrome del impostor es la exigencia. Esta, para operar, se vale de diversos mecanismos que incluyen estados emocionales de insuficiencia y que son supresores, un discurso mental riguroso, severo y minucioso, y una idealización de los logros y la manera de conseguirlos. En función de estos se instaurará un sistema de evaluación rígido del tipo “todo o nada”, más exactamente, “o mi ideal, o nada”. Así, si nuestro ideal es saberlo todo sobre un tema (lo cual es someramente imposible), seremos incapaces de reconocer los diferentes estados de conocimiento entre no saber nada y saberlo todo, y en consecuencia sentiremos que no sabemos nada a pesar de que sepamos bastante o casi todo. Igual con la belleza (como no soy perfecta, soy fea), con las relaciones (como no todas mis interacciones son sin tacha, soy un desastre), con la sexualidad, la profesión, la salud, etc., etc. Cualquier cosa que apreciemos con este prisma, caerá inevitablemente en el fallo. Por eso la invitación es a entrenarnos en ver los otros colores entre el blanco y el negro, a reconocer aquello que sé, por ejemplo, diferenciándolo de mi ideal, que es falso, y de la total ignorancia, por cuanto esta también es falsa.
  3. Aprópiate de lo que es tuyo. Tus aptitudes, cualidades y logros son tuyos, son derechos ganados, conquistas, o regalos “divinos”. Hacen parte de tu patrimonio humano, de tu belleza y de lo que puedes dar al mundo como ser único. Llévalos con orgullo, como se lleva un vestido bonito, no los rechaces ni los des por descontado.
  4. Toma el té con Mara. Quitarse el síndrome del impostor no es algo que se haga de la noche a la mañana; lidiar con los síntomas de tenerlo puede tomar muchos años en algunos casos. Pero saber lo que es este síndrome, reconocerlo y establecer nuestra intención de trascenderlo, es la luz de consciencia que nos puede permitir llegar a buenos términos con él. La maestra Tara Brach contaba en uno de sus seminarios la siguiente historia que aquí os recuento a mi manera: Un día estaba Buda enseñando en un numeroso grupo, y Mara, el potente demonio, estaba merodeando en los alrededores buscando una forma de infiltrarse en el grupo. Uno de los estudiantes notó la presencia de Mara y corrió alertado a informar a Buda al respecto, ante lo cual él contestó: “Oh, qué bien, dile que venga a tomar el té”. Esta historia muestra cómo con dulzura podemos estar con nuestro “demonio”, reconocerlo, hacer las paces con él. Quizá haciendo esto descubramos nuestra naturaleza más amorosa, esa que ama también al demonio, que se enternece con él, que le habla amablemente y con paciencia, mientras juntos toman té.

 

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