Las ciencias de la contemplación hablan sobre la presencia como una cualidad esencial a desarrollar si deseamos entrar en contacto con nuestra felicidad interior. Me gusta definir la presencia como una entrega consciente y absoluta a la vida, instante por instante. Así, estar presente es vivir plena y alineadamente. Esta es una labor que debemos cultivar. La  meditación y el mindfulness practicados de manera formal y llevados a la vida son una vía útil para conseguir este propósito. Desde mi experiencia, en cualquier caso, la aportación mayor que estas herramientas hacen es la de introducir en nuestra conducta nuevas formas de afrontamiento de las situaciones que se nos presentan en la vida. Particularmente me gustaría mencionar dos actitudes en este sentido: No modificar y respirar.

En la psicología  se ha reconocido la tendencia presente en nuestro psiquismo a ir hacia el placer y evitar el dolor. El fugarnos de lo displacentero distrayéndonos de diversas maneras nos hace difícil estar presentes. En nuestra cultura, una reacción muy frecuente cuando hay alguna sensación mental, emocional o física que hemos aprendido es negativa, es de lucha y rechazo. Primero aparecen los juicios: pensamientos como “yo no debería sentirme así” “¿no es demasiado tiempo ya estando de esta manera?” “Pensar/sentir esto es feo”, etc., y acto seguido viene la censura, que mutila la sensación llevando la mirada a otros sitios. En algunos casos según he observado, incluso se puede encubrir un malestar con un malestar mayor. El drama y la queja son ejemplos de esto, son añadiduras que quitan la mirada del verdadero dolor. Si lo observamos, este es un acto violento, es bélico en el sentido de que va en contra de nuestro fluir natural, desea cambiar la emoción, la niega o la condena.

Observar que esto ocurre internamente de esta manera nos permitirá cada vez más frenar las inercias que nos empujan a la lucha, intentando hacer las paces con nosotros mismos. Allí es donde no modificar y respirar entran en juego. La clave es dejar estar la sensación, placentera o displacentera, sin querer cambiarla, permitiéndole ser. Si has observado atentamente, habrás constatado que lo que resistes persiste, es decir, que aunque luches, la sensación permanece si ese es su cauce, de manera que al adoptar una actitud pacífica sólo estás permitiendo que ocurra lo que de igual manera es así. Para mantener la calma en este proceso, una buena aliada es la respiración. Poner la atención en nuestra respiración y llevarla a que acompañe la sensación que deseamos permitir, nos acerca a la presencia y por ello también al Amor con “A” mayúscula, ese que permite abrazar todo lo que es.

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