Incluso con mis clientes que tienen familias ricas, cercanas y nutridas, que tienen parejas, que tienen hijos/as, llega un punto en la terapia en que debemos ocuparnos de una de las cuestiones más profundas de la existencia humana: la soledad. Hombres y mujeres de cualquier edad -dependiendo de su momento de vida- deben enfrentarse a la sensación de estar solos y a las múltiples interpretaciones y emociones asociadas a este hecho. En la práctica he descubierto que encontrar una manera de gestionar nuestra soledad es la base que posibilita tomar muchas decisiones saludables en nuestra vida (e.g. si tememos a la soledad es posible que no salgamos de esa relación tóxica que nos atormenta). Es este artículo me gustaría compartir tres puntos útiles a la hora de entender nuestra soledad y de lidiar con ella:

  1. La soledad tiene poco que ver con la compañía: Es un lugar común escuchar aquello de que la soledad se puede sentir cuando hay miles a tu alrededor o cuando estás en una fiesta con amigos/familia. Observándola me di cuenta de algo que me sorprendió sobre la soledad, pues desafiaba mis nociones de base: La compañía no es el opuesto de la soledad, lo opuesto a esta es el apoyo/confianza. Nos sentimos solos cuando no nos sentimos respaldados, cuando creemos que nadie nos guarda la espalda, aunque durmamos cada noche con ese alguien o compartamos nuestra intimidad con él/ella.  A veces encontramos que las relaciones que hemos construido no son relaciones de apoyo, y en momentos en que este es necesario nos sentimos solos, aunque estemos acompañados.
    La confianza es una necesidad emocional básica para los humanos, así que para sentirnos menos solos debemos cultivarla en relaciones significativas. Os animo a explorar con quiénes tenemos relaciones de apoyo y quiénes son esas personas con las que podemos contar; y afianzar estas relaciones invirtiendo tiempo y atención de buena calidad en ellas. Esto significará también cultivar nuestra propia incondicionalidad con esas personas para establecer un flujo recíproco y saludable en la relación.
  2. La soledad es causada por nuestra falta de relación: En un aspecto un poco más profundo, la soledad es el efecto de nuestra dificultad para relacionarnos tanto con personas como con todo lo que nos rodea, con el mundo y con la belleza en todas las cosas. Desde mi experiencia, el sentimiento de soledad es menos si abrimos el corazón a relacionarnos con el mundo, si conseguimos dejar de estar tan absorbidos en nuestra experiencia individual de la vida y nos volcamos hacia afuera percibiéndonos como parte de un todo, como algo que está en perpetua relación con todo. Desde el punto de vista budista, la idea de que somos entes separados es una ilusión que causa un gran sufrimiento. En la medida en que nuestra práctica nos acerca a los otros seres, podemos ir deshaciéndonos de esta ilusión y encontrar compañía en la música universal que se orquesta siempre y de la cual somos apenas un sonido. Abrir el corazón es posible incluso ante la presencia de una hilera de hormigas o de un árbol que se deja sacudir por el viento, como cuento aquí.
  3. La soledad también es causada por el desconocimiento de nuestra humanidad común: Irving Yalom, el famoso psicoterapéuta existencialista, ya anciano y al final de su carrera de decenas de años, dice en un documental sobre su vida haber descubierto que todas las personas sufrimos por las mismas cosas y anhelamos las mismas cosas. Su trabajo lo llevó a reconocer algo que en la sabiduría budista ha estado presente siempre: nuestra humanidad común. Todos los seres sufren tal como yo (tal como tú) y todos los seres desean ser felices tal como yo (tal como tú). Descentrar la mirada de nuestra individualidad absoluta y comenzar a pensar en un “todos nosotros” puede darnos refugio en las horas dolorosas de la vida, pues podemos sentirnos respaldados por la experiencia común y relativizar el dolor que creemos exclusivo. En añadidura, pensar más en colectivo puede generar que cuidemos de la felicidad de los otros tanto como de la nuestra y puede engancharnos también en el servicio. Quien sirve nunca está solo porque su corazón está abierto. Cambiar la queja de no recibir por la experiencia de dar atenúa la sensación de soledad, pues el apoyo que se da también es un alivio para esta.

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