En los manuscritos de preceptos de muchos caminos espirituales del mundo se encuentra la máxima “no mentir”, en algunos otros además se encuentra “no hablar de cosas banales” o similares. Hace años leí un libro de Marlo Morgan, “Las voces del desierto”, en donde ella se encontraba con una tribu en la que había comunicación telepática. No recuerdo si fue conclusión suya o mía que esa posibilidad se debía a que era una cultura donde se practicaba la transparencia, donde las personas no requerían ocultar información a otros o a ellas mismas para tener sensación de bienestar o de pertenencia. En nuestra cultura el panorama es, creo, diferente. La vergüenza, la culpa, la comparación, el orgullo y la exigencia, entre muchas otras nos dificultan la transparencia, y por ende la verdad.

Muy a menudo cuando intento seriamente practicar la verdad, mi camino desemboca en el silencio y el vacío como únicos lugares en que me siento enteramente honesta. Sobre todo cuando a “verdades” internas se refiere. Con los eventos del mundo hasta cierto punto aún es posible pretender un paradigma objetivista según el cual las cosas son de un cierto modo, pero a nivel interno parece más difícil aferrarse a un estado único de cosas y nombrarlas sintiendo que se es fiel a su totalidad. Los paisajes psíquicos son de naturaleza cambiante, sobre todo si uno está en apertura de observarlos con franqueza, sin asirse, sin juzgarlos. Entonces la práctica de la verdad deja de ser lineal, se convierte en compleja.

No obstante, con su dificultad, estar en la verdad -o intentarlo- es un indispensable para el desarrollo no sólo personal sino comunitario. Se requiere enorme valentía para reconocer ante nosotros mismos lo que es, y otra dosis más para afrontarlo de cara a otro. La honestidad a veces es dolorosa, pero libera en el sentido de que permite elegir. No se puede elegir con base en opciones que no se conocen; si somos francos nos abrimos al conocimiento y entonces hay la posibilidad de elección. El compromiso de vivir en nuestra verdad, de encontrar esta desenmarañándola de entre los condicionantes sociales y los miedos, es sinónimo de felicidad y de cuidado con uno mismo y con los otros. Es una vía para la convivencia en el respeto y la dignidad. Para mí estos valores son fundamentales. ¿Lo son también para ti?

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