Cada vez me sorprende más constatar la cantidad de mujeres que fueron abusadas sexualmente en la infancia y que vienen a terapia creyendo casi que son casos únicos, resguardando su secreto incapaces si quiera de oírlo ellas mismas. El abuso es una cosa muchísimo más común de lo que se reconoce, y me parece muy posible que las estadísticas no reflejen esto porque el secreto, sobre todo cuando el hecho tiene lugar entre el núcleo familiar, no permite llegar a las autoridades. Son secretos pesados que a veces se cargan toda la vida, nunca se reconocen y nunca se reparan. El hecho de que aún el abuso a menores de edad siga siendo tan común, creo, tiene en parte que ver con la manera en que se ha configurado la sexualidad femenina en la cultura patriarcal.

Abusadas o no, encuentro a menudo que las mujeres tienen un “cacao” respecto a su sexualidad producto de lo que la sociedad les ha enseñado que esta debe ser. Intentan ubicarla con la mente en vez de sentirla con el cuerpo, hacerla entrar en unos prejuicios en vez de reconocerla y vivirla como es. Algunas intentan ejemplificar la mujer santa, virtuosa, que se entrega a un sólo hombre y descalifican a las mujeres cuya sexualidad es más abierta. Otras, en cambio, parece que sufrieran de un mandato de ser “liberadas” y buscan experiencias diversas, orgías, relaciones abiertas, tríos, no temen relacionarse con mujeres u hombres, etc. Unas se sienten obligadas a no desear y a estar disponibles para el deseo del otro, otras se sienten obligadas a desear, mismo si su sexualidad es insatisfactoria. En cambio, es raro encontrar una mujer que conozca realmente su deseo y que no lo viva desde los estándares “puta” o “santa”, que sepa qué lo moviliza y sea dueña del poder que este le confiere.

Muchas mujeres, pero más frecuentemente las guapas, tienden a hacerse reflejos del deseo masculino, a disponibilizarse ante este, a priorizar el placer del hombre antes que el propio, a adoptar posturas o poses que tienen por completo el objeto de excitar, de atraer. La postizura femenina en la cama parece una epidemia que se contagia por la pornografía y la cultura intimidada por las mujeres poderosas. Me parece increíble que el mundo aún se escandalice cuando una mujer habla abiertamente de sus gustos sexuales, sobre todo si estos no corresponden a “mujer blanca ama hombre blanco de su misma edad y unidos por matrimonio”, aún juzgamos como inadecuadas a las mujeres mayores que están con hombres jóvenes, a las que son polígamas, a las que son lesbianas o bisexuales, etc.  De cualquier manera, parece haber una prohibición a la mujer de descubrir y vivir su cuerpo a su manera: Las que tienen poca libido son catalogadas de frígidas monjiles, las que tienen mucho, de ninfómanas, putonas o enfermas. No hay respeto para la sexualidad genuina de la mujer.

Quise escribir este artículo porque considero que estamos en una época privilegiada de la historia en la que quizá esto puede comenzar a cambiar, y en que las mujeres podemos, así sea de a pocos, comenzar a explorar nuestro poder y educar a nuestros hijos para una mayor apertura. Quiero que este post esté lleno de permisos para quien lo lea, que te otorgues el permiso de explorar y el de no hacerlo, el de decir “no” o decir “sí”, el de decir “basta” o decir “más”, el de pedir lo que quieres y necesitas para estar plena en tu cuerpo. Mi invitación es a que, cualesquiera que sean tus prejuicios, pruebes soltarlos y estar en tu cuerpo orgánicamente, sin que la mente le dé forma a tu deseo, creyendo y sabiendo que como tú eres está bien. ¿Qué ocurre si haces esto? ¿Cómo lo vives? ¿Quién eres realmente a este nivel?

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