En terapia me encuentro constantemente trabajando con mujeres (también con hombres, aunque en menor proporción) a las que no las gusta su cuerpo. Sienten vergüenza y odio hacia él, o culpa por no hacer determinadas cosas para adelgazar/tonificar/modificar su apariencia física; se obsesionan con ser de otra manera, con tener un kilo menos o una figura moldeada de forma diferente. Y no hablo de personas con desórdenes alimenticios, sino de aquellas que durante años han cultivado el terrible hábito de criticar su aspecto y de medirse con ojos ajenos obteniendo como resultado una gran infelicidad. Extrañamente, esto es mucho más frecuente en mujeres “guapas”, quienes se exigen -a veces de manera brutal- encajar en unos estándares limitadísimos de cómo deben ser; quieren ser de otra manera, o lo que es lo mismo, no quieren ser como en efecto e irreductiblemente son. En este post me dirijo especialmente a las mujeres y hablo sobre el sufrimiento tan profundo que nos genera la obsesión con el aspecto, y doy algunas sugerencias para aliviarlo y reconducirlo.

He observado que el camino hacia la aceptación del propio cuerpo es difícil por varios motivos: 1. Una disposición biológica muy fuerte a la belleza (la identificamos, tendemos a favorecerla y vernos atraídos por ella, etc.), 2. La totalización de los cánones estéticos femeninos y su omnipresencia en magazines, publis, muros, cines, etc. 3. La cultura que empapa las mentes de todos estrechándolas para no ver bello lo que naturalmente es y poniendo por encima como valor el ajuste con los cánones estéticos, por sobre las otras miles de cualidades que podemos tener (la belleza parece ser más importante que la generosidad, la amabilidad, la bondad y hasta la felicidad misma). Las condiciones 1-3 hacen que el continuo enjuiciamiento del propio aspecto se valide por fuentes externas y se arraigue en nuestro cerebro a tal punto que a veces parece pasar inadvertido: no vemos el volumen de violencia al que nos sometemos. La investigadora Renee Engeln ha llamado recientemente la atención hacia una epidemia de lo que ella ha nombrado “beauty sickness” (enfermedad de la belleza). En sus exposición al respecto comenta que en la revista Esquire en 1994 se publicó la siguiente estadística: “El 54% de las mujeres preferirían ser arrolladas por un camión que ser gordas”. Dicho así podría sonar terrible, sin embargo, muchas mujeres reaccionan comprendiendo que así sea y asintiendo frente al dato con apenas mínima indignación. Algunas de mis clientas han deseado estar muertas por no entrar en un vestido o por tener un grano en la cara. Entre esto y la estadística del camión hay poco trecho.

Entonces, ¿qué hacer? Si tenemos tan fuerte predisposición genética y cultural para enjuciar negativamente nuestros cuerpos ¿podemos sanar? Desde el budismo el apego ha sido caracterizado como gran causa de sufrimiento. El apego a una identidad, a una forma de cuerpo que la enfermedad y la vejez borrarán, es doloroso e insano. En virtud a este apego las personas nos cubrimos de cosas, nos llenamos de ropas, maquillajes, peinados, cirugías estéticas que manipulen el paso del tiempo. En cambio, desde el zen se ha caracterizado la belleza como una cualidad esencial interior relativa al vacío, la sencillez y el instante presente, que se despoja de lo decorativo e innecesario. La belleza es muy importante en el budismo, representa nuestra cualidad de ser Buda cada uno de nosotros, de andar por el sendero de la iluminación y la felicidad. Como veis, las acepciones de belleza en nuestra cultura y en el contexto budista son casi opuestas. Sería irreal pretender llevar la mirada colectiva a esta última en detrimento de la primera, pero sí podemos desafiar los malos hábitos que nos hacen sufrir y los apegos enfermizos, para ser más libres, más auténticos y ganar mayor aceptación de lo que somos, como somos. Aquí 4 sugerencias para ello:

  1. Arráigate a la realidad: La alienación generada por los estereotipos sobre el cuerpo nos hace olvidarnos de este, de habitarlo, de vivir encarnados. Estoy segura que un porcentaje importante de las mujeres que dijeron que preferirían ser arolladas por un camión, cambiarían de opinión si tuvieran efectivamente que elegir entre vivir su vida siendo gordas o no vivirla. La distorsión mediática nos aleja de ocuparnos de las cosas fundamentales, de vivir enraizados en el presente. Cuando te critiques frente al espejo recuerda que estás viva y que este es un bien supremo, peses lo que peses. Si la obsesión es demasiada, te recomiendo que renuncies a las básculas y los espejos por un tiempo, y también a las revistas de moda, o los programas de celebridades. Céntrate en quien tú eres, ¡eres única! Celebra esa diferencia entrenando tus ojos a ver lo armónico en ti y apreciar todo lo otro que eres -figura aparte. ¿cuáles son tus cualidades esenciales? ¿qué otras cosas componen tu belleza independientemente de lo físico? Y también en lo físico, ¿qué es bello en ti tal cual es? Entrénate en expandir tu capacidad de aceptarte.
  2. Recuerda la funcionalidad: El cuerpo no es un objeto decorativo, sino el canal de la experiencia humana. Las manos son para tocar, las piernas para andar, los ojos para ver, la nariz para oler. Tener un cuerpo es maravilloso, disfrútalo por cómo te sirve sin criticarlo por su aspecto. Ten en cuenta que la preocupación por el aspecto requiere una inversión de energía y de espacio cerebral que podría estar ocupado por otras cosas que nutran las partes de ti que no están destinadas al marchitamiento. Si cultivas un arte, participas en la vida social y política de la comunidad, compartes tiempo de calidad con otros, y te encargas de generar una vida hermosa, necesariamente tendrás que dedicar menos tiempo a preocuparte por tu propio físico, te descentrarás de ti y comenzarás a sanar.
  3. Recuerda tú qué quieres y qué te hace feliz a ti: Hazte preguntas para poder actuar desde quien tú eres. ¿Cuál es la razón que tú tienes para ponerte ese bikini? ¿Para nadar o para lucirilo? ¿lucirlo ante quién? ¿Qué quieres conseguir con ello? ¿Suma a tu vida y a la de los otros? A veces asociamos ser guapas con ser felices, pero si esto fuera así, las pasarelas estarían llenas de personas realizadas. Nada más lejos de la realidad: verte como una modelo no te hará más feliz. Son tus decisiones, tus motivaciones, la calidad de tus relaciones y tu capacidad para el cultivo de la felicidad en cada una de ellas lo que la produce. Decide qué y cuánto ejercicio te sienta bien y te gusta, pues no a todos nos encaja el entrenamiento en gimnasio. Elije, desde ti y orgánicamente cómo y qué comer, y la manera de reír, vestir, andar, ser. Pregúntate qué te hace verdaderamente feliz.
  4. Cuestiona tus presupuestos sobre el aspecto: Indaga en los pensamientos que te juzgan: ¿de dónde vienen?, ¿son verdad realmente? Utiliza este método si te es útil, para inquirir sobre los pensamientos como “ser delgada/alta/rubia/de nariz fina/con estas medidas/ es lo mejor”, observa si es verdad y cuestiona curiosamente con la intención de ver con tus propios ojos. ¿Cómo sería liberarte del yugo y la imposición de una cultura que ha idealizado un tipo irreal?.

Muchas gracias por interesarte en ser libre de la obsesión con el aspecto físico. La valentía y la dosis de sana rebeldía que se necesita para ser auténticamente, son tu contribución también a que otras mujeres y hombres de esta y otras generaciones puedan vivir en un mundo donde todos cabemos, donde el aspecto no es una cualidad más importante que ninguna otra y donde podemos ser quienes somos.

 

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