La tradición budista tibetana explica que la compasión se desarrolla en círculos o niveles el primero de los cuales se extiende a uno mismo. En este sentido, y entendiendo el desarrollo de la compasión como una vía a la felicidad, la posibilidad de vivir en plenitud comienza por la práctica del amor propio y la amabilidad con un mismo. Esta, lejos de ser una práctica que vela exclusivamente por los propios intereses, implica también que desarrollemos nuestra bondad y nuestra capacidad de cuidar la felicidad de los otros en una suerte de egoísmo pro social en el que el organismo que se sabe a sí mismo un ente sistémico, colabora con el ambiente con el fin de proveerse bienestar.
De esta manera, cuidar de la felicidad de otros (humanos, animales, plantas…) parte de la premisa básica de que tanto en los niveles concretos como en los impersonales estamos en constante interacción con otros seres y un medio, y que la manera como nos relacionemos con estos afectará nuestra felicidad a largo o a corto plazo.
En la firmeza de nuestra intención de ser felices, podemos desarrollar dos cualidades básicas que nos habilitan para cuidar de los otros: El autoconocimiento y la valentía.
1. El autoconocimiento: Si no nos conocemos, es muy fácil que dañemos a otros y a nosotros mismos en nuestras interacciones. Observar y conocer nuestras motivaciones, nuestras preferencias, nuestras heridas, nuestras cualidades positivas y nuestras áreas de trabajo, ayuda a que establezcamos relaciones sanas, armónicas y respetuosas.
- Por ejemplo, pensemos en un hombre homosexual con un autoconocimiento pobre que no ha querido/podido reconocer su orientación sexual y se ha mantenido en la negación de esta. Es fácil imaginar a este hombre estableciendo relaciones no satisfactorias en donde su propio autoengaño genere sufrimiento. Por ejemplo, si establece un compromiso con una mujer, o se torna sádico hacia hombres que le atraen, etc.
2. La valentía: El autoconocimiento es inútil si no va acompañado de la valentía necesaria para vivir en nuestra verdad.
- Si seguimos con el ejemplo anterior, podemos suponer que el chico sabe que es homosexual, lo admite ante sí mismo, pero teme decirlo a su familia o amigos por miedo al rechazo y en vez de hablar con sinceridad y asumir las consecuencias de vivir en coherencia elije ocultarlo. Posiblemente esta ocultación le lleve además a mentir y engañar, mantener fachadas falsas que sean compatibles con tal engaño, etc. Nuevamente, estará causando gran sufrimiento a las personas involucradas, incluyéndose.
Como veis, desde este punto de vista cuidar de la felicidad de los demás o ser buena persona no se trata de seguir una serie de parámetros morales, sino de ser responsables por nuestra luz y sombra. Al tomar esta responsabilidad construimos interacciones en las que podemos vernos y vivir nuestra verdad sin atentar contra la felicidad de los demás. Desde aquí podemos descansar en el hecho de que la felicidad de cada ser puede convivir armónicamente con la nuestra propia, que nuestro derecho a ser felices no riñe con el de otros, y ese es un lugar desde el cual podemos construir una humanidad sin miedo.
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