La primera enseñanza del Buda (las Cuatro Nobles Verdades) fue centrada en el sufrimiento y la posibilidad para liberarnos de él. La palabra pali utilizada por Buda en esta enseñanza y que en castellano se ha traducido como “sufrimiento” es “duhkha”, que en realidad es más amplia y probablemente no tenga un equivalente lingüístico en nuestro idioma. “Duhkha” abarca una banda que va desde la angustia terrible hasta el aburrimiento y la indiferencia vital, desde lo más sutil hasta lo más intenso, desde el dolor físico grave hasta la alteración más inquietante de nuestra mente. “Duhkha significa sufrimiento, descontento, insatisfacción, vacío, cambio”, dice la maestra Sharon Salzberg.

La primera Noble Verdad revela que todos los seres sufren y que la vida es sufrimiento. Como Buda lo explicó:  “El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo que se desea es sufrimiento. En breve, los cinco agregados de la adherencia son sufrimiento”. Esta premisa tan simple y obvia nos es muy costosa de asimilar, aceptar y comprender. Parece claro, pero nos resistimos. Seguimos pensando que si ajustamos esto o aquello, que si hacemos tal o cual cosa, que si tuviéramos x o arregláramos y,  podríamos evitar sufrir. Creemos que si tan solo conseguimos ciertas cosas -tenemos más dinero, alcanzamos la fama,estamos más guapos, o *pon aquí tus condicionantes para la felicidad*- seremos perpetuamente felices.

[Para desafiar esta idea ingenua piensa: Cuando tus deseos de control se han cumplido, ¿qué ha sucedido? ¿Fue todo tan maravilloso como en tu fantasía? Cuando volviste con esa pareja que te dejó o te dieron el ascenso que buscabas ¿Fuiste más feliz de manera duradera? Los estudios respecto a la felicidad dirían que no, que salirnos con la nuestra afecta nuestra percepción de satisfacción sólo por un tiempo limitado después del cual volvemos a sentirnos vacíos y caprichosos.]

El sufrimiento en su esencia budista, pues, tiene una acepción espaciosa en la que caben diversos estados, todos ellos con algo en común: su raíz en nuestra tendencia a apegarnos al placer, en nuestro deseo de cambiar el final del cuento cuando este no nos gusta, y en nuestra limitada capacidad de aceptar la impermanencia de la vida. La enseñanza muestra que no es lo displacentero ni la manera como termina la historia ni la naturaleza cambiante de la existencia lo que representa sufrimiento, sino nuestra experiencia de estas que busca el control y desea con aferramiento. La vida tiene un acontecer que es como es, nuestra mente lo convierte en sufrimiento, es ella la que tiene sed y bebe de las experiencias como si fuesen agua salada.

Dado que esto es así,  que incluso si conseguimos las cosas que ansiamos la vida no será siempre buena, parece útil aprender a lidiar con lo inevitable y cultivar la capacidad de ver en ello un sentido más profundo que nos lleva al despertar. ¿Cuál es este sentido? Siendo el sufrimiento una realidad de toda existencia, es también una manta que nos cobija a todos los seres y por ende, nos conecta, nos permite tener empatía y comprender las angustias de los otros. Pero más allá de esto, el sufrimiento es una señal que nos alerta de la necesidad de atender amorosamente nuestro presente, de aquietar nuestra mente, de desatar nuestro potencial para la iluminación, para ser lo que realmente somos. El sentido del sufrimiento es el florecer, por eso la enseñanza de las 4 nobles verdades también incluye que hay un sendero para la liberación, que el cese del sufrimiento es posible; sólo tenemos que buscarlo donde realmente está: adentro.

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