Sin duda, uno de los hábitos relacionales más arraigados en la cultura respecto al rol femenino, es el poco establecimiento de límites. A menudo, y sobre todo con mis clientas mujeres, debo tratar en terapia el tema de los límites personales. A este tema por lo general se llega gracias al rastreo de sus consecuencias en las relaciones. Entre ellas podemos contar: sensación de ser abusada, no tenida en cuenta o dominada, agotamiento debido a sacrificios excesivos, asfixia al haber desplazado el propio tiempo para darlo a otros, dificultad para decir “no” o sensación de culpa al hacerlo, y sentimiento de no ser respetada -tanto de los otros hacia sí, como internamente consigo misma-, entre otras. ¿Identificas en ti alguno de estos síntomas? Si has respondido que sí, probablemente tengas algo que aprender respecto a tus límites personales. Espero que este post te ayude en ese aprendizaje.

Por límites entendemos aquellas barreras que, desde la sabiduría, ponemos a los otros o a nosotros mismos para conseguir sernos fieles y mantener nuestro bienestar, construyendo relaciones sanas, auténticas y honestas. He identificado que una de las dificultades más grandes para establecer nuestros límites tiene que ver con un vacío de auto-compasión que se compensa con una “sobre-empatía”, es decir, una excesiva consideración por el otro. El proceso se articula en dos líneas: por un lado yo ignoro lo que es beneficioso para mí, lo que necesito y quiero; y por otra banda, vuelco mi atención sobre el otro y su satisfacción para procurársela. Así, la  habilidad para ponerse en los zapatos del otro -que normalmente genera relaciones tan satisfactorias- se torna en contra nuestra impidiéndonos actuar asertivamente. Para que esto ocurra, debo incurrir en dos errores de visión: 1.) Sobrevalorar lo que estoy en posición de dar y llevarme a la exigencia  (“yo puedo más”) y 2.) Subvalorar las capacidades del otro, reduciéndolo y quitándole su grandeza (“él no puede más”).

¿Cómo podemos corregir nuestra lente para devolver el adecuado valor a los otros y a nosotros mismos de tal forma que consigamos ser al tiempo asertivos y compasivos? Hay una historia que cuenta la psicóloga clínica y maestra budista Tara Brach en sus seminarios, el cuento del perro y la trampa, para hablar del perdón y cómo este se diferencia de la reconciliación (puedes leer sobre esto aquí). Os la cuento a continuación porque creo que ayuda también a ver claramente la dificultad con límites. La historia es la siguiente:  Imagina que estás caminando por el bosque y ves un perrito. Piensas que el perro es tierno y te acercas a él, deseando acariciarle. De repente, el perro gruñe e intenta morderte. Ya no te parece que el perro sea tan tierno; incluso es posible que sientas un poco de miedo y enfado. En ese momento pasa una brisa que se lleva consigo las hojas que había en el suelo, dejándote ver que el perrito tiene una de sus patas atrapada en una trampa.  Pasas entonces de la rabia y el miedo a “pobre perrito”. Ahora sientes compasión por el perro, comprendes que se tornó agresivo debido al dolor y el sufrimiento.

En la historia, la comprensión de la situación del otro, nos lleva a una apertura de corazón. Lo interesante para el tema de los límites es ver qué hacemos subsecuentemente: si actuamos por impulso (el de salvar a toda costa o el de quedar bien, por ejemplo) o por hábito (e.g. el de huir del conflicto), o si en cambio involucramos nuestra sabiduría para decidir un curso de acción observando el contexto personal y el entorno. En este sentido, habrá quien volverá a acercarse al perro para intentar liberarlo, incluso si no sabe nada sobre trampas o si sabe que el perro le morderá. Alguna persona, incluso después de ser mordida, intentará nuevamente meter sus manos, descuidando su integridad y su bienestar. Los límites, en cambio, se establecen cuando consigues mirar la trampa en que también tu pierna está atrapada de alguna manera (por ejemplo, el conocer de ti mismo que no siempre te honras en los acuerdos debido a condicionamientos o roles que has asumido ) y te cuidas a ti primero. Entonces, la sabiduría amplía el repertorio de acción mostrándote que manteniendo tus manos a salvo hay muchas cosas que puedes hacer por el perro: llamar a un experto y pedir ayuda, por ejemplo. También, habrá veces que no haya nada que puedas hacer, y entonces hará falta que aceptes que eres sólo un humano y no llegas a todo (fin de la sobrevaloracion). Puedes ver la grandeza del perro, sus recursos para asumir el momento doloroso que atraviesa -entre ellos, la fiereza-, sin irte a la lástima ni al miedo, restituyéndole así su valía (fin de la subvaloración). Vernos y ver a los otros con buenos ojos es el comienzo para asumir, establecer y mantener nuestros límites.

Con deseos de que la persona sabia que eres resuene y se active en tu vida, !hasta la próxima!

 

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