“No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.

Ghandi

Mantener un actitud pacífica, guardar nuestra paz interior es muy importante para que podamos ser felices. La vida nos presenta desafíos que nos frustran o nos decepcionan; no siempre las cosas salen como querríamos. Separaciones, muertes, enfermedades, pérdidas de trabajo o de bienes, pueden generar emociones que perturban nuestra calma. Estas emociones son especialmente fuertes cuando tenemos un enemigo, cuando alguien nos ha agredido, irrespetado, humillado, engañado o  vulnerado. Entonces nos embargan la rabia y el odio, comenzamos a desear el mal al otro, sentimos una necesidad insaciable de ojo por ojo: Que el otro sufra lo mismo que sientes que te ha hecho, tantas veces como sea necesario para que aprenda a no hacerlo más. Allí anida la sed de venganza. Quien desea venganza cree que esta es el camino hacia la paz y hacia el equilibrio, que la desventura del otro le dará la anhelada tranquilidad y que eso es la justicia.

Si alguno de vosotros habéis sentido esto alguna vez, sabéis que la rabia, el odio y la venganza funcionan como toxinas adictivas. Se puede sentir cómo nos intoxican, cómo van en detrimento de nuestra salud mental y física, así como el placer que nos da la mera idea de imaginar el sufrimiento del otro, esa felicidad retorcida que genera el mal.

Hay muchas vías para recuperar la paz interior cuando uno está en una situación como las mencionadas anteriormente y cada quien es libre de encontrar la suya propia. Aquí hago una propuesta para que sea utilizada por quienes la consideren válida, y descartada por quien no se identifique con ella.

Parto de la premisa budista de que todos los seres tenemos un pozo interno de compasión y  deseamos ser felices. Desde mi perspectiva ni la venganza ni ningún acto cuya motivación no respete el derecho fundamental a no sufrir que tenemos todos, llevan hacia la paz.  La paz es el camino y tiene una gran aliada en nuestra constitución neurobiológica: la compasión. La compasión es una emoción que nos habilita para aceptar, incluir, amar y ser felices. Maestros espirituales y neuropsicólogos contemporáneos han coincidido en concluir que en la medida en que la compasión crece, las emociones perturbadoras tienen menos adherencia en nuestro corazón. Así, mi sugerencia es fortalecer esta emoción y permanecer firmes en no hacernos adictos a las toxinas que nos envenenan.

Algunas ideas sobre cómo hacer esto en mi siguiente post cobre cómo “fortalecer la compasión”.

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