Para la felicidad, es tan importante el perdón a los demás como lo es el perdón a uno mismo. A menudo en mi consulta escucho personas que llevan meses o años recriminándose dolorosamente algo que han hecho y que ha herido a otro: Madres que en un momento de desesperación gritaron o golpearon a sus hijos, amigos que traicionaron a otro y perdieron una relación que valoraban, personas que han dicho algo que consideran cierto, pero en el momento inadecuado o a quien no debían. Uno de los sentimientos predominantes en estos casos es la culpa, pero también están la vergüenza, la rabia y el dolor. También muchas veces hay pensamientos acusatorios muy fuertes que nos dicen que somos inhábiles para relacionarnos satisfactoriamente, nos demonifican o nos excluyen. Si notamos este paisaje interior en nosotros, es posible que sea momento de parar y comenzar a caminar hacia el auto-perdón. En este post doy una herramienta que puede ser útil para quien inicia este sendero: Pedir(nos) disculpas.

El poder de una disculpa muchas veces es subestimado debido a que nuestro ego se interpone entre nuestra intención de reconciliación y las acciones necesarias para efectuarla. A muchas personas nos cuesta pedir perdón y fantaseamos soluciones internas para no hacerlo, acomodando las cosas o haciendo actos “reparadores” propulsados por la culpa de tal manera que podamos sentirnos mejor sin enfrentar al otro con claridad. No obstante, la valentía y humildad que toma una disculpa es a menudo recompensada con liviandad interior, libertad y paz. Desde la perspectiva budista, una buena disculpa conlleva varias partes:

  1.  “Lo siento, fue culpa mía”: Aquí está la capacidad para reconocer nuestro error. Muchas veces podemos detectarla con el sabor del arrepentimiento, este está allí para mostrarnos la necesidad de una acción reconciliadora así como un espacio para la compasión y la aceptación de lo que somos.
  2. “No volverá a ocurrir”: Lo cual denota el compromiso de cambio, indispensable para restaurar la confianza rota y restablecer el vínculo.
  3. “¿Qué debo hacer para repararlo?”: Con lo cual estamos dando nuestra intención honesta de sanar la relación, incluso si esta no se reanuda.

Estos mismos tres pasos sirven para cuando la herida nos la hemos causado nosotros mismos, e.g. cuando nos recriminamos por habernos metido en una relación tóxica o haber hecho una mala inversión. El compromiso de no repetición y la reparación son fundamentales para devolvernos la confianza en nosotros mismos y nuestra capacidad para darnos una vida expansiva y plena. Así podemos caminar hacia el auto-perdón sabiendo que la experiencia del error nos ha fortalecido, construido y posibilitado una mayor apertura interior, aceptando nuestra humanidad en todo lo que es: al mismo tiempo sombra y una maravillosa extensión amorosa, amable y compasiva.

Deseando que haya paz en tu corazón, que haya paz en mi corazón, que haya paz en el corazón de todos los seres, ¡gracias por tu práctica!

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