En mi casa no tengo televisión y por ello frecuentemente olvido cómo la sociedad del espectáculo apunta a vendernos felicidad en forma de productos de consumo. Viendo estos días la tele en casa de mi madre, recordé esa impronta existente en nuestra cultura conforme a la cual la felicidad es un fin que se consigue mediante objetos, relaciones y eventos. Según esta visión la felicidad está condicionada, es algo a lo que se accede si determinada combinación de factores ocurre. Por el contrario, en oriente, las filosofías budistas y similares señalan a la felicidad como un estado sin condiciones, que es perenne a nuestra esencia y al que nos es fácil acceder si atendemos, si estamos presentes. No es un medio o un fin, es el centro de nuestra naturaleza.
Con la experiencia en las relaciones de ayuda, y frente a la observación continua de mi propia vida, me he decantado por pensar que si bien la felicidad es esa cualidad sublime inherente a nuestra naturaleza humana y está ahí invariablemente para que nosotros la accedamos, esto no es algo que se dé de manera espontánea constantemente. Para mí, ir hacia la felicidad es un peregrinaje: El peregrino se embarca en un camino con la pretensión de ser bendecido, de iluminarse, y entonces camina, con esa intención fija, por lo llano y lo montañoso, con paso ligero o arduo. El camino es ya la meta, y al mismo tiempo es más y es menos que ella.
Pensar en la felicidad como peregrinaje me ha permitido comprender que es necesario comprometerse con ser feliz. Ningún peregrino no comprometido se mantiene sin perderse o termina su camino. Es necesario recordar cuál es la intención y por ende, favorecer ciertos andares sobre otros, ciertas emociones, reacciones, vivencias, sobre otras. Elegir ser feliz implica el compromiso, por ejemplo, de no guardar rencor, odio, o venganza, de hacer lo posible por amar antes que temer, de sernos fieles, de cuidar también la felicidad de otros, de ser amables y de intentar ser libres. Y también, de descubrir el significado de cada una de estas palabras en nuestras vidas mediante el autoconocimiento.
Os deseo, y me deseo, valentía para peregrinar hacia la felicidad.
*El contacto con la metáfora del peregrinaje para entender la vida se lo debo a mi querido maestro el astrólogo Wenceslao Brignetti.
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