Una de las más frecuentes causas del sufrimiento es la tendencia de nuestra mente a anclarse en eventos dolorosos del pasado: maltratos, soledades o dificultades que vivimos cuando éramos niños, amores no correspondidos de juventud, proyectos fallidos que no llegaron a nacer o que murieron pronto. A mayor intensidad vivida, mayor fijación de la mente. A veces estos episodios de la vida ocurrieron muy tempranamente y no los recordamos, pero podemos constatar su influencia en nuestras vidas observando nuestras dificultades actuales y nuestras tendencias regresivas. Así, tenemos una narración de nuestra historia, nos contamos el cuento de nuestra vida de una manera asumiendo que esa es la realidad, y a partir de esta narrativa se desarrolla el sufrimiento.  Pero ¿Cómo podemos estar seguros de que esa narrativa es la realidad?

Los más recientes descubrimientos de la física y las neurociencias -entre otras- nos revelan con cada vez más precisión que como observadores modificamos la realidad al observarla y que nuestra aprehensión de aquella puede ser múltiple. No tenemos acceso a lo real, sólo a percepciones de lo real -si acaso-, nos  recuerda la ciencia del cerebro. Si es así, ¿por qué no recrear la historia? ¿por qué no cuestionar las certezas que tenemos sobre un pasado recóndito cuyos hechos han sido reconstruidos por nuestra memoria tantas veces como los hemos recordado? En un post anterior sugería una manera de cambiar el pasado basada en la mera contemplación. En este quisiera sugerir un método creativo para lidiar con las memorias dolorosas.

Hace algunos años en un grupo de aprendizaje conté un episodio de mi vida temprana que me generaba mucha congoja, en el que me había sentido abusada, triste y sola. A mis 28 años, noté, seguía sintiéndome víctima de las circunstancias que me llevaron a pasar algunas temporadas en el hospital y a no salir de casa ni jugar. Entonces la facilitadora me preguntó “¿Y cuál es la otra historia? ¿Qué más pasó?” Al escuchar estas preguntas me quedé petrificada. “¿Cómo? ¿Tengo que abandonar mi historia victimizante? ¡Pero si así fueron las cosas! ¡Me resisto!” Y me quedé en silencio. En ese momento no supe responder pero me llevé la pregunta a casa y de repente vi con claridad múltiples historias alternativas: Es verdad, pasé mucho tiempo en casa, pero tenía una biblioteca grande y nutrida de la que me leí hasta la enciclopedia para mi propio gozo. También tuve unos padres dedicados que me contaron cuentos de todo tipo y una hermana que jugaba conmigo siempre que quería, además de muchas otras cosas.  Fui bendecida.

Descubrir las historias paralelas tuvo un impacto muy importante en mi definición de mí misma y en mí como persona. Años después, este trabajo fue completado cuando me encontré con una técnica de Alejando Jodorowski que sugiere, prácticamente, convertir en una obra de arte tu historia con dos objetivos: Darte lo que no te dieron (amor, compañía, atención) y hacer lo que no hiciste. Aquí, tu yo adulto o tu yo anciano y lleno de sabiduría, pueden volver a los momentos pasados para acompañar, aconsejar y amar a tu yo de entonces. Y más aún, dado que estás creando, puedes convertir los lugares en recintos llenos de colores, darle magia a los objetos, darte cola, alas, pico, amigos fantásticos, dones maravillosos. Esto se puede hacer pintando, escribiendo cuentos o canciones, haciendo películas o collages con las fotos antiguas, en fin, las posibilidades son tantas como la imaginación quiera albergar. He comprobado que el impacto de hacer esto en nuestro bienestar puede ser muy grande, y creo que la razón para esto es que pone amabilidad, dulzura y belleza en lugares inhóspitos y hostiles de nuestra narrativa personal.

Os animo a que probéis tomando un evento que os genere vergüenza, culpa o dolor. Visitadlo con vuestro yo más sabio y deciros “no estás sólo, yo estoy aquí para acompañarte/guiarte/quererte/abrazarte/abrigarte…” y recread juntos la historia, que por definición es siempre diversa. Nunca es tarde para tener una infancia feliz.

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