A menudo las relaciones humanas, sea porque se rompen o sea porque se presentan difíciles, nos ponen en contacto con heridas profundas que vivimos por primera vez en la infancia y que se reeditan con nuestros compañeros, hermanos, padres y amigos en la vida adulta. Todo aquello que percibimos como desamor nos lleva a revivir principalmente tres tipos de herida que marcan tempranamente nuestra psique: El rechazo, el abuso y el abandono.

Todos tenemos en nuestro psiquismo una parte de nosotros que aun es pequeña y no ha crecido: nuestro niño/niña interior. Esta parte es especialmente vulnerable al desamor y se hace muy presente en nuestra vida cuando interpretamos alguna acción de nuestro interlocutor como hiriente. Solemos tener diversas reacciones, en ocasiones muy intensas, emocional y mentalmente desgastantes, teñidas de rabia, tristeza, dolor, desolación, desesperanza, auto-desvalorización y/o victimismo. A estas reacciones internas en ocasiones también siguen acciones: reclamos, agresiones, venganzas, autolesiones…  Naturalmente nuestro niño interior es quien reacciona, al tocarse su herida, combatiendo el desamor con desamor y trayéndose a menudo más sufrimiento (por ejemplo, añadiendo a un duelo, odio y venganza con su subsecuente culpa y arrepentimiento). Desde la perspectiva budista, este bucle de sufrimiento nos impide abrir el corazón y obstaculiza nuestra capacidad para el despertar. La amorosidad frente al desamor es indispensable para retrovar la felicidad y el bienestar que queremos.

En este post me gustaría dar algunas herramientas que creo pueden funcionar para cuando nuestr@ niñ@ interior reacciona ante el desamor generándonos sufrimiento:

1. Tomar la responsabilidad: Cuando el niño interior toma el mando, estamos frecuentemente en el victimismo. El niño está desvalido y herido. Pero hay otra parte de nuestro psiquismo, nuestro adulto interior, que puede responsabilizarse por lo ocurrido, tomando su parte y haciendo frente con acciones a sus decisiones o las acciones del otro. Responsabilizarnos por nuestro dolor implica comprometernos en tomar acciones para vivirlo sanamente y para no dejar que nuestro corazón se amuralle.

2. Cuidarse a uno mismo: Cuando el niño interior se siente no amado o vulnerado, podemos consolarlo y cuidarlo. Que tu parte adulta le haga saber que está ahí para él, es decir, está por ti misma/o, date lo que necesitas y trátate con amabilidad, delicadeza y ternura, justo como lo harías con un niño. Mimarte, decirte palabras de aliento y apoyo y alimentarte física y emocionalmente son algunas acciones en este punto.

3. Perdonarse: Si aquello que nos duele tanto involucra arrepentimientos y culpas, una buena acción es perdonarnos, considerando lo que hemos aprendido y poniéndonos firmes en la disposición de no volverlo a hacer. Si te has dañado a ti misma, a ti mismo o a otros con tus acciones, el perdón de corazón sólo se puede dar con el compromiso de cambio y no repetición. Tampoco es posible perdonarnos sin ser realmente sinceros con nosotros, aceptando nuestra humanidad y mirándonos con compasión por como somos, con nuestras falencias. Perdonarse no es otra cosa que poner compasión donde duele, aceptarse plenamente y aceptar lo que es y ha sido, tal como ha acontecido. [Si quieres profundizar en el tema del perdón puedes ir aquí y aquí]

4. Agradecer: Cada vez que tengamos pensamientos turbios o emociones intensas, desviemos la atención hacia el agradecimiento por lo que la situación nos está enseñando. Siempre hay una historia paralela a la que tu niño interior se está contando. La historia adulta, responsable, permite soltar lo pasado y mantenerse en un presente fértil, compasivo y promisorio. Agradecer permite recuperar la fe porque nos deja mirar lo luminoso de cada experiencia y nos ayuda a crecer con ella.

Añadir desamor al desamor sólo hace crecer su potencia e influencia sobre nuestra vida. Sea cual sea la situación que ha activado nuestra herida, siempre es posible contestar a ella con amor y sanar.

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