Una de las partes más centrales y más relevantes de la filosofía budista es la aproximación al cambio como naturaleza de la vida. La enseñanza de abrazar la impermanencia ante la obviedad de que esta hace parte de lo que somos y de todo lo que nos circunda, es fundamental en el camino de crecimiento, pues no sólo implica integrar verdades como la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, sino que toca la misma esencia del apego. La resistencia al cambio se da incluso en los cambios que hemos elegido con sabiduría considerando que son para mejor, que nos harán más felices o permitirán elevar nuestra calidad de vida. Nos encontramos con dificultad para disfrutar de ese ascenso por el que hemos luchado tanto, de los dos meses de vacaciones en Tailandia que habíamos soñado o de la casa que compramos tras vivir años en aquel piso diminuto. ¿No es esto fascinante? El aferramiento no sólo nos adhiere a los estados idealmente alegres y bellos de la vida, sino que también nos impide entregarnos a las elecciones que hemos hecho para crecer y ser más plenos. Es este tipo de cambio, el cambio a mejor, en el que me gustaría centrarme en este post.

Cuando hacemos un cambio a mejor, por lo general hemos dado considerable tiempo a imaginar lo maravilloso que será cuando tal cosa ocurra, lo bien que nos sentiremos, lo magnífica que será entonces nuestra vida y nosotros mismos. Hemos alimentado una autoimagen relacionada con ese cambio, de la que nos sentimos orgullosos, que nos gusta mucho. Y entonces, cuando la cosa ocurre de verdad, debemos enfrentarnos a la realidad. Incluso cuando esta se parece mucho a nuestros sueños, siempre hay cosas que no vimos y que requerirán que nos adaptemos. [Por ejemplo, ese nuevo trabajo te gusta tanto como imaginaste, te pagan tan bien como querías, tus compañeros de oficina son geniales, pero extrañas a esa amiga que tenías en el anterior y con la que te entendiste tan bien por tantos años]. Una reacción usual cuando esto pasa, es negar las cosas que extrañamos, o las cosas que no nos parecen tan totalmente idílicas de aquello que estamos viviendo. Nos empecinamos en adecuar la realidad a nuestro imaginario porque tenemos miedo de que aquello que hemos deseado tanto no nos dé la felicidad esperada. Tememos el vacío, el arrepentimiento, la vergüenza, a lo que consideramos fracaso, a no cumplir las expectativas de otros o propias, y a muchas cosas más. La razón por la que esto ocurre, es el aferramiento, justamente. Nos aferramos a la historia que teníamos en mente -sea de grandiosidad o de fracaso- y esto nos obstaculiza para vivir aquella que en efecto está sucediendo; de esta manera toda la plenitud que podía darnos aquel cambio, se esfuma.

Para intentar que esto no pase, en este post te propongo tres herramientas que te permitirán caminar hacia abrazar el cambio para mejor.

1.Haz el duelo: Sí, lo ideal es no tener aferramientos y pasar de una cosa a otra como quien salta piedras en el río, pero la verdad es que para todos los que estamos aún en el camino, el cambio nos cuesta. Todo cambio implica una ganancia y una pérdida, y perder duele, sea lo que sea que perdamos. Aunque la ganancia parezca más grande es necesario que la pérdida también tenga lugar, que haya espacio para tomarla, en parte porque es real y está ahí independientemente de que la reconozcas, pero también porque esa pérdida te está hablando de las cosas que valoras, de las personas o lugares que son importantes para ti, de lo que te gusta hacer y de aquello a lo que quieres seguir manteniendo abierto el corazón. Hacer el duelo al hacer un cambio implica aceptar la experiencia tal cual es, completa, en vez de decidir vivir en la comparación o en la negación de lo que es. Al aceptarla, permitimos que nos transforme y nos eleve. Entonces podemos “soltar lo perdido”, no en el sentido de “superarlo”, sino en el de integrarlo. Soltar significa dejar que las cosas sean, que la vida trascurra, sin oponernos ni buscar imponernos.

2. Se dulce y flexible: Aceptar la experiencia en su completud va a requerir que permitamos que nuestras expectativas no se cumplan de manera rígida (incluso cuando se exceden, ¿habéis oído la expresión “fracasó de éxito”?).  El psicólogo y profesor de budismo y meditación Jack Kornfield dice: “Solía creer que para alcanzar la liberación debía practicar  como un guerrero samurai, pero ahora comprendo que debes practicar como la madre devota de un neonato. Requiere la misma energía, pero tiene una cualidad completamente distinta”(más sobre esto aquí). Se refiere a la cualidad compasiva. Necesitamos tiempo para adaptarnos a la novedad, para habitar las nuevas definiciones que esta trae consigo dejándolas penetrarnos con flexibilidad y acogiéndolas con dulzura. Cuando somos nuevos a un cambio que eventualmente nos hará ir por el cielo como pájaros, debemos aceptar nuestra condición de polluelos al inicio y acompañarnos en el camino de aprender a volar.

3. Atiende amorosamente:  En la medida en que nos vayamos asentando en nuestro nuevo cambio, podemos practicar el Mindfulness, atención plena o atención amorosa. Tal como he descrito en otros posts, no es nada más que la práctica de la respiración que acompaña el acontecer de la vida. Cuando llevamos nuestra conciencia a la inhalación y la exhalación en cada momento, podemos experimentar con interés y apertura aquello que sucede, y de manera intencionada observar desde un lugar libre de prejuicios, comparaciones o excesivos diálogos mentales. Entonces aparece la cualidad amorosa de la atención. Cuando estamos atravesando por un cambio, la atención amorosa hace que el proceso de adaptarnos sea más fácil, pues nos arraiga a donde están nuestros pies, en lo que es real, y nos habilita para experimentarlo totalmente.

Esperando que este artículo sea útil para tomar lo mejor de tu vida, te agradezco por tu práctica. ¡Hasta la próxima!

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