En diversos caminos de desarrollo que buscan la liberación del sufrimiento, se ha mencionado la importancia que tiene la autenticidad para este propósito. Esta se entiende como la capacidad de ser y mostrarnos como somos, y está relacionada con nuestro bienestar. Uno de los obstáculos más importantes para conseguir ser auténticos es la vergüenza. En este post abordaré esta emoción y sugeriré una estrategia para desafiarla mediante el amor.
La raíz de la vergüenza es una sensación básica de ser indignos que está presente en muchos de nosotros, y que se recrudece en determinadas situaciones en las que se activa nuestro juez interior diciéndonos que somos defectuosos de alguna manera, o que no somos merecedores de ser mirados con buenos ojos. Así, comienza dentro nuestro un circuito de pensamientos recriminatorios que termina en un impulso de esconder partes nuestras (de nuestro cuerpo o de nuestra psique) o eventos que rechazamos y con los que entonces nos enganchamos en pugna. De esta manera, se instalan mecanismos de compensación y de ocultación de lo que es, que van oscureciendo nuestra capacidad de autopercibirnos transparentemente. Esto resulta en una pérdida de energía considerable y obstruye nuestro cuidado de la autocompasión y la felicidad, que tanto valoramos dentro del modelo psicológico budista.
Cuando hemos entrado en el túnel de la indignidad y la vergüenza, puede costarnos un poco conseguir hacer un cambio de mirada radical para aceptarnos como somos y asumir la responsabilidad de nuestros actos o impulsar nuestra voluntad de cambio (si tal cosa). Por eso me gustaría hoy sugerirte un ejercicio de tres pasos para desafiar la vergüenza usando su mejor antídoto, el amor:
Paso 1. Encuentra un ser que te mire con amor: Busca en tu vida un ser -humano, animal, planta o incluso mineral- del cual puedas sentir que en su mirada hacia ti no hay juicio, que te ama incondicionalmente. Puede ser un hermano o un amigo íntimo, una mascota o un árbol que te guste y que pueda prestar sus oídos vegetales para escucharte.
Paso 2. Sé honesto/a con las cosas que deseas ocultar: Una vez tengas ubicado este ser, por favor comienza a identificar dentro tuyo una o varias cosas de las que te avergüenzas, reconociéndolas y practicando la honestidad contigo. Estas pueden ser: Una forma de ser (por ejemplo: “soy egoísta”, “soy dependiente”, “soy hipócrita”), algún deseo (e.g. “quisiera que X no fuera feliz”, “deseo que X muera”, “deseo que X enferme para yo poder estar cerca suyo”), una característica física (e.g. “tengo panza”, “tengo acné”), un evento (e.g. “hice tales actos”, “alguien hizo conmigo tales actos”), o lo que se te ocurra.
Paso 3. Déjate mirar amorosamente: Cuéntale uno o varios de estos ítemes a tu ser elegido -según te permitas y sientas. Puede ser en voz alta o sin hablar, simplemente mirándolo. Si lo haces calladamente, lo importante es que el ser sepa que le estás contando algo vergonzoso, por ejemplo, diciéndole “hay algo que me avergüenza mucho y te lo quiero decir mentalmente”. Si tu ser tiene ojos, mírale mientras te escucha y permite que su mirada de aceptación toque tu corazón.
El objetivo es que con este ejercicio, quizá también tu propia mirada hacia ti pueda contagiarse de este amor y permitir que una grieta de compasión resquebraje la vergüenza y la inautenticidad. Un segundo objetivo es que, al valorar lo que te da, también tú te plantees poder hacer el papel de escucha para alguna otra persona, ser para alguien unos ojos amorosos y unos oídos neutros, llenos de aceptación. Al final, el fin es ejercer nuestra habilidad esencial e innata de ver amorosamente.
Deseando que que puedas ser quien eres, que todos podamos ser quienes somos, te doy gracias por leer. ¡Hasta la próxima!
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