Vista de una manera, la vida no es otra cosa que un continuo despojarse. En la medida en que crecemos vamos dejando atrás formas de ser, versiones de nosotros mismos, contextos, relaciones, aficiones o gustos, etc. ¿Alguna vez habéis visto cómo es que construye su pupa la oruga? Si no, os lo recomiendo. La oruga se quita sus pelitos afilados y con ellos teje el capullo. Es asombroso, y también un excelente ejemplo de cómo es el despojamiento y su papel fundamental en cualquier transformación. Cada etapa a la que nacemos implica el morir de otra, y en una buena medida se puede decir que la manera en que una etapa es cerrada influye en la forma en que viviremos la siguiente: si nos desprendemos a medias de lo que ya no es, estaremos trayendo con nosotros una mochila de cosas antiguas cuyo peso no nos libera para vivir lo que hay en el presente. No obstante, los humanos por la naturaleza de nuestra mente tan proclive al aferramiento, no siempre conseguimos vivir fluidamente este proceso. La depresión y la nostalgia son excesos de pasado, denotan nuestra dificultad para soltar lo que fue y abrazar lo que es.

Hagamos una pequeña experiencia: Me gustaría que te tomes un momento para pensar en esas cosas que ocurrieron hace tiempo pero aún te duelen al recordarlas, o te enfadan. Permítete sentir la activación emocional que generan en ti, la manera en que se adueñan de tu pensamiento, tu humor y tu cuerpo que se cierra o se agita. Date un momento para observar esto. Ahora reflexiona sobre el hecho de que ninguna de esas cosas están sucediendo ahora mismo. ¿Cuánta energía quedaría libre y disponible para tu disfrute del ahora si soltaras aquello que te entretiene?¿Qué cosas sí están sucediendo ahora y que podrías disfrutar más o mejor si lo soltaras? ¿Qué percibes de diferente?

Hay dos reacciones básicas que las personas tenemos frente al cambio y que dificultan este desprendimiento, una emocional y otra mental: La primera es el miedo al cambio, mezclada con el dolor de perder. La segunda es la comparación (de lo que era antes con lo que es ahora, de lo que tenía que ya no tengo, de tal y tal cosa…). ¿Qué podemos hacer al respecto?

a. Miedo al cambio y dolor de pérdida. Perder duele, sea lo que sea que perdamos. Es natural que duela y también es inevitable. El miedo al cambio es en parte miedo al dolor de perder y en parte miedo a lo desconocido. ¿Qué pasaría si no nos oponemos al dolor sino que nos entregamos a él? ¿Si no nos juzgamos ni intentamos no doler, y en cambio nos permitimos, con amabilidad y aceptación, vivir nuestra pérdida, también reconociendo lo que hubo? Honrar lo que fue permitiendo que nos transforme en otra cosa, lleva el espíritu de la entrega al cambio y a las emociones agridulces que vengan con este.

b. La comparación. En previos posts he descrito estrategias para trabajar este hábito. Cuando la comparación es con uno mismo, no obstante, hay matices que pueden complicar el panorama. Sin embargo, un compromiso íntimo y bien fundado  de hacernos felices y de trascender el sufrimiento, puede ser la piedra angular que nos permita confiar en nuestra habilidad de hacer lo mejor de cada etapa de nuestra vida, de disfrutar y crecer. Si podemos apoyarnos aquí, podremos también entregarnos de mejor grado al cambio y a las nuevas etapas de la vida con todo lo que traigan. La confianza y el amor que nos da el compromiso de ser felices ayudan a vencer la comparación, el miedo y el dolor.

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