Una de las mayores fuentes del sufrimiento tanto en las relaciones con los otros como con nosotros mismos y con la vida, es la dificultad para ajustar nuestras expectativas a la realidad. Todos tenemos ideales de cómo deberían ser las cosas, a veces demasiado altos e incluso absurdos, inalcanzables o prepotentes. En consecuencia, nos sentimos decepcionados, enfadados o dolidos cuando estos estándares no se cumplen, e.g. cuando emprendemos algo y no sale como queríamos o alguien actúa saliéndose de nuestras demandas. Esta manera de estar en la vida limita nuestra capacidad para la compasión, pues alimenta la exigencia y con esta la culpa, el juicio y el reclamo. Las expectativas infladas sobre lo que podemos conseguir o lo que somos, o sobre cómo deberían ser los demás, así como nuestra esperanza de que la vida sea siempre buena, que nos recompense por lo que creemos hacemos bien y que no nos ponga obstáculos, nos condenan a la frustración y el padecimiento que genera la continua contrastación de los miles colores que tiene la existencia.

Un importante porcentaje de las personas que viene a consulta conmigo tiene inquietudes espirituales, y una cosa que he notado es que la gran mayoría vive el camino hacia la conciencia con una buena dosis de culpa pues considera que el hecho de que sus vidas no sean perfectas, armónicas y perpetuamente exitosas, significa que algo están haciendo mal, que no han “evolucionado” lo suficiente o aprendido sus lecciones, y demás cosas por el estilo.  Desde la perspectiva budista este tipo de razonamiento comporta al menos tres dificultades: A) Desconoce la naturaleza impermanente de la vida, que nos presenta diferentes escenarios concatenados y que no se solidifica en lo que nos agrada. B) Desconoce la naturaleza humana que incluye errar, enfermar, envejecer, morir, y sentir una gama de emociones extensa y profunda. C). Entiende el desarrollo como un “comportarse bien” ante el cual la vida da recompensas/castigos, y no como un proceso de aceptación de todo lo que somos y todo lo que es; en consecuencia, no integra y excluye la parte sombría de la vida y de lo humano.

El resultado de mantener una aproximación en donde A-C están presentes, es que al ser la vida como es, sentimos que somos fallidos, malos e inhábiles, y nos decepcionamos de nuestros esfuerzos por estar a la altura. Considero que una buena dosis de realidad puede ayudar a ajustar las expectativas que tenemos sobre la vida, y así, dejar entrar la compasión por nosotros mismos y por otros. Propongo pues tres antídotos básicos para  calibrar nuestra visión en este sentido:

  1. Reconoce que la vida es impermanente. Mantén tu conciencia presente en la complejidad de la concatenación entre muerte y vida, fracaso y éxito, pérdida y ganancia, salud y enfermedad, placer y displacer, halago y crítica. Todos son parte de la vida y por ende se presentarán en la tuya sencillamente porque esta es su naturaleza. El hecho de que tu vida no vaya como te gustaría no significa que eres un error, aunque pueda que hayas cometido alguno. Revisa con amor y amabilidad qué podrías hacer mejor y prepárate para la experiencia humana en todas sus dimensiones.
  2. Sé realista respecto a tus límites y no olvides que sólo eres un humano. También sé realista a la hora de pedir a otros pues tampoco ellos son de acero. Los superhéroes son cosa de los cómics; exceder tus límites puede traer sufrimiento. Acuérdate que errar y enfermar son sencillamente parte de la naturaleza humana y trátate cuidadosamente y con ternura cálida si necesitas recuperarte o reaprender.
  3. Recuerda que el nacimiento termina en la muerte, que todo lo que sube baja, que los seres humanos envejecemos y cambiamos, que lo que se une se desune. Ten presencia en estas realidades de la vida para que, cuando ocurran, no te cargues con culpas o dolores excesivos. Si nada es para siempre, valora cada momento que tienes, disfruta y entrégate.

Finalmente, te dejo aquí un poema de autor desconocido que ilustra un poco lo aquí escrito:

Paz Interna

Si logras comenzar tu día sin cafeína
Si puedes estar feliz, ignorando tus males y dolencias
Si puedes resistir la tentación de quejarte y aburrir al prójimo con tus problemas
Si puedes comer la misma comida todos los días sintiéndote no solo satisfecho sino también agradecido
Si entiendes cuando tus seres queridos están tan ocupados que no tienen tiempo para ti
Si aceptas las criticas y culpas y no sientes resentimiento ni rencor
Si logras conquistar la tensión y el stress sin ayuda medica
Si puedes relajarte sin los efectos del alcohol
Si logras dormir tranquilamente sin la ayuda de drogas ni somníferos

…entonces probablemente eres …

¡El perro de la familia!

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