Para algunos, los procesos de crecimiento pueden equipararse con la búsqueda de la verdad interior, el encuentro con quiénes somos. Me gustaría definir la verdad utilitariamente como aquello que sirve. Si sirve, es verdadero. En este sentido, el significado de nuestro Ser depende del contexto, de lo que este precise de nosotros; es algo a la vez esencial y contingente, manifestándose de formas muy diversas. Usando la metáfora de Karate Kid, el Ser interior sería como agua, que toma la forma del recipiente que la contenga. ¿Cuántos de vosotros sois como el agua? Si vuestra respuesta es “yo no”, sois parte de la humanidad no iluminada, de la que también hago parte yo y la mayoría de nosotros.
La dificultad para fluir desde nuestro Ser comienza muy temprano. Nuestra psique infantil, tan receptiva, se hace una imagen de sí misma, el mundo y las relaciones que se basa en las cosas observadas y aprendidas, y en la educación recibida de manera explícita y también tácita. Conjeturamos muy pronto qué se espera de nosotros y configuramos una personalidad sobre lo que creemos debemos ser para ser amados, en torno a las heridas del rechazo, el abuso y el abandono. Así, comienza el aferramiento a una identidad que creemos inamovible y auténticamente nuestra, la cual validamos y que utilizamos para evaluarnos. Nuestro cerebro trata de separar y discernir, diferenciando y categorizando para darnos seguridad, solidificando la identificación con ciertas formas de ser específicas. Esta rigidez traza un plan para nuestra vida externa, se imagina cosas que debemos conseguir, acciones y construcciones, sin tener en cuenta las miles de desviaciones que tiene la vida y la amplísima complejidad de nuestras propias emociones, sensaciones y pensamientos.
Cuando -por ejemplo- enfrentamos un cambio importante, o nos relacionamos íntimamente con otros, percepciones de diverso tipo se levantan. A menudo deseamos que todas estas estén alineadas hacia un sólo lugar que concuerde con nuestra autoimagen de corrección pero no lo conseguimos, y a consecuencia nos censuramos, culpabilizamos y avergonzamos. El Buda habló del aferramiento como una de las principales causas del sufrimiento; este incluye no sólo el apego a personas o estados placenteros, sino también a formas de ser y hacer. Hay un gran sufrimiento que deriva no validar toda nuestra experiencia de cara a un suceso/persona, pues esto se torna en el proceso de cristalización del agua que esencialmente somos, de tal suerte que ya no puede adaptarse a ningún recipiente nuevo. Así, nuestra identidad y la impermanencia natural de la vida devienen contradictorias. Cuando identidad sólida y realidad contrastante se encuentran, se produce el sufrimiento.
Desde mi perspectiva, una buena ganancia del camino de desarrollo de cualquier persona es la libertad de llevar un traje mental holgado, amplio. Irse desescamando de las definiciones con las que nos identificamos, y ampliando nuestro ser en todas direcciones, reconociéndonos en todos los rasgos humanos. Esto va de la mano con un pensamiento integrador, es decir uno que además de diferenciar, tolera la paradoja de ser polares de acuerdo a la circunstancia y la abraza. Cuatro recomendaciones para caminar en este sentido son:
1. Cuestiona los “yo soy”: Explora tu discurso mental respecto a ti mismo/a y cuestiona todas las frases que comiencen con “yo soy” y continúen con un adjetivo: “Yo soy lista”, “Yo soy buena”, “yo soy torpe”, “yo soy mejor/peor que”, etc. Encuentra contraejemplos concretos o ampliaciones a la definición de cada una de ellas, e.g. veces en que no fuiste tan listo, bueno o torpe, o en que además de serlo fuiste más cosas. Observa sin juzgar. Si esto no funciona, puedes intentar relativizar tus cualidades mirándolas a la luz de los estándares de otras culturas,de la manera en que estas definen las cualidades que tu dices poseer, por ejemplo ¿serías listo/en Japón? ¿Exitosa en Omán? ¿Bella en Ghana?
2. Estate cómodo/a con la paradoja: Si encuentras que eres “buena” y también “mala”, que eres “guapo” y también no tanto, que amas a tu hija pero también le odias a veces, abrázalo y reconoce tu ser agua, tu traje holgado y la libertad que da poder serlo todo.
3. Medita en la impermanencia de la vida y propia: Contempla, inhalación tras inhalación, el cambio en tu proceso de vida. Quien has sido, los valores que han cambiado, los eventos que te han transformado. Todas las cosas de ti que eran y ya no son más, y la manera en que también el mundo cambia.
4. Déjate ser: Déjate en paz un día a la vez. Prueba a no juzgarte hoy, a tratarte con amabilidad siendo con espontaneidad quien eres, sin exigencias, sin fustigarte. Mañana trata lo mismo, y pasado. Un día a la vez reconoce quien eres y mírate amablemente.

Esperando que te sea útil para aprender sobre quién eres en tu mayor extensión, ¡hasta pronto!

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