Desde la antigüedad hasta estos días, autores que se han ocupado del desarrollo de la conciencia y la vida en plenitud han definido la experiencia de la vida humana como una ilusión que ocurre entre la corporeidad y la identificación con ciertas partes de este acontecer. Nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y sensaciones, no es lo que somos, dicen Buda, Osho, Ken Wilber, Byron Katie, Mooji y muchos otros. Si no esto, ¿qué somos?
Nuestro cerebro es el soporte físico indispensable para percibir la experiencia, es el hardware. La mente, serían los programas, con la información y los datos requeridos. Cada “ordenador” tiene diversos programas instalados para su funcionamiento, dependiendo del contexto en que deba ser útil. De esta manera se crea la forma unipersonal de percibir el mundo que llamaremos “túnel de realidad”**, nuestras gafas personales de cómo vemos el acontecer de los sucesos. Pero hay un ingrediente más de la ecuación: la consciencia. Actualmente se habla mucho del desarrollo de la conciencia, de lo que es hacer una cosa con o sin conciencia, lo que es ser una persona consciente. ¿Si no es el hardware ni el software, qué es la conciencia?
La conciencia es el testimonio, es el observador de todo cuanto ocurre en nuestro “ordenador”. Este observador no evalúa, sopesa ni compara, es decir, no juzga (esta es una tarea de la mente, que es la que está preocupada por encajar sus datos en un contexto particular), simplemente constata desapegadamente, reconoce cada objeto por lo que es -sensación, pensamiento o sentimiento- en un dinamismo fluido. Este testimonio, este observador es probablemente lo más cercano a nuestra esencia, a lo que somos.
La meditación en algunas de sus vertientes se puede entender como la práctica que nos permite acercarnos a este observador interno y desarrollar nuestro vínculo con él. Aquietar la mente, relajar nuestro hardware -cuerpo- y observar el acontecer en ambos nos permite estar presentes en el instante sin pretender cambiar lo que es y sin rigideces. Simultáneamente, y esta es la magia, nos abre a la transformación, pues tal como explican la física cuántica y otros desarrollos científicos contemporáneos, la observación en sí misma modifica lo observado. Observar sin buscar modificar nos transforma, esa es la maravilla de lo que somos. Ya lo ha dicho Barry Stevens***: ¡No hace falta que empujemos el río porque fluye solo!
* Gracias a Koncha Pinós, de Estudios Contemplativos, por la muy útil metáfora del ordenador.
**El tema de los túneles de realidad será abordado en profundidad en un post futuro.
***Barry Stevens es un autor y terapeuta gestáltico bastante célebre, y esta frase que proviene del título de uno de sus libros más reconocidos se ha convertido en una especie de motto gestáltico. Mis disculpas por su uso en este post que no necesariamente está vinculado a dicha corriente.
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