Desde mi punto de vista, uno de los objetivos válidos para cualquier proceso de psicoterapia es ir hacia una mayor libertad. El hecho de que sea un objetivo presupone que de entrada no somos libres. Esta afirmación puede chocar: ¡pero si elegimos cada día! Elegimos lo que ponernos, qué comprar, qué hacer, a qué dedicarnos, nuestra pareja, si tener familia o no tenerla. ¿O no? Quisiera defender que la acción de elegir no es constitutiva de la libertad ni equiparable a ella. No es si eliges o no, o las cosas que eliges, sino desde dónde lo haces lo que realmente denota la libertad ganada.
A finales del siglo XIX Freud con su teoría psicoanalítica hizo una gran aportación a la comprensión de la psique humana, sugirió que, a diferencia de lo que se pensaba dominantemente en su tiempo, los humanos no somos seres tan racionales. La postulación de la existencia del inconsciente fue un gran choque para el pensamiento de la época. Posteriormente, los estudiosos del cerebro y la neuropsicología, así como otros psicólogos contemporáneos continúan haciendo aportaciones que parecen corroborar que nuestro funcionamiento es mayoritariamente inconsciente e incontrolable por nuestro joven e incipiente neocortex, que hace lo que puede para civilizarnos, pero…
El paradigma del ser humano como ser fundamentalmente racional es quizá una de las mayores confusiones que tenemos al observarnos. Si fuésemos realmente seres tan estructurados y predominantemente cerebrales, ¿para qué necesitaríamos el autoconocimiento? ¡Lo sabríamos todo de nosotros mismos! Al contrario, cualquier persona que haya pasado por procesos de indagación personal, podrá decir de qué manera vamos descubriéndonos en la medida en que avanzamos y lo nuevo que vamos sabiendo de nosotros a cada paso. Lo cierto es que no nos conocemos tanto y que parte de ese conocernos es explorar todo aquello que no es tan racional, que nos viene dado por nuestro sistema -como sostendría Bert Hellinger y muchos otros pensadores de la teoría de sistemas-, la cultura y el aprendizaje, la biología reciente y ancestral, y muchas otras influencias que se convierten en condicionantes para nuestro pensamiento y nuestra conducta.
El autoconocimiento nos permite, pues, entrar a familiarizarnos con las creencias y modelos de pensamiento heredados. Este es el primer paso para la libertad, la cual vamos ganando poco a poco conforme vamos discerniendo qué es nuestro auténticamente y qué no lo es. Entonces podemos comenzar a plantearnos si queremos actuar o pensar conforme a dichos patrones y así elegir, ya no desde los patrones inconscientes que nos gobiernan, sino desde nuestro ser esencial. Así, la libertad no es una cuestión de acción, sino, sobre todo, una cuestión de mente, de apertura mental. No es coincidencia que en el budismo se considere el aquietamiento de la mente como parte del camino hacia la liberación.
En consecuencia, un hábito de higiene mental que puede ayudar a quitarnos las telarañas y estimular la libertad es cuestionar nuestras creencias. Un indicador que nos permite observarnos puede ser: cada vez que pensemos que algo sólo puede ser de una manera (“esto es bueno”, “esto es malo”, “esto siempre es así”), sospechemos que detrás está la maquinaria de creencias e indaguemos: Busquemos contraejemplos, veamos de dónde obtuvimos esa creencia (qué discursos había en tu familia respecto al tema en cuestión, por ejemplo), démonos la oportunidad de revaluarnos y de no tener la razón. Seremos más libres en cuanto ampliemos nuestra mirada y la vayamos sacudiendo de las certezas que la anquilosan, al rigidizan y la encorsetan.
Si quieres recibir en tu correo nuevos artículos de psicología con esencia budista con herramientas prácticas, puedes suscribirte a mi newsletter aquí:
Si te sientes identificada o identificado y quieres hacer una consulta on-line conmigo, contacta conmigo.
¡Gracias!
Comentarios recientes