Desde hace algunos años en los contextos de desarrollo vengo escuchando discursos generalizados “anti-cabeza”. “El problema es la cabeza” dicen algunos, otros profieren que “hay que quitarse la cabeza”, “la cabeza no sirve”, “no utilices la cabeza”. Pareciera que algunas observaciones de la psicología humanista y transpersonal han sido tergiversadas e interpretadas como una cruzada para la decapitación. Personalmente, considero que en general cualquier discurso que abogue por la eliminación en vez de la integración tiende a no abrir caminos de crecimiento. Puntualmente, me parece bastante desacertado querer sacar la cabeza del quehacer humano. Esta tiene su lugar y es muy importante, nos permite organizar, justificar, analizar, desmenuzar, tomar decisiones y muchas otras actividades.
El problema, lejos de ser la cabeza en sí, es quizá el uso excesivo de esta que puede dejar fuera otros elementos del ser igualmente valiosos, o la falta de integración de esta con la emoción y el instinto para que funcionen de manera equilibrada. Cuando la cabeza interviene demasiado comienzan las obsesiones, las ilusiones, los pensamientos repetitivos y compulsivos, las distorsiones y el ritmo vertiginoso que no permite claridad. Para ayudar a regular esto, creo que es útil “pensar con la mente de dios”*. No sólo la cabeza nos ayuda a pensar y movernos en la vida, integrar esta con el cuerpo puede darnos una sensación de verdadera presencia a la hora de ir resolviendo nuestro camino. Recientemente se descubrió que las células coronarias tienen memoria, que se puede recordar con el corazón y no sólo con el hipotálamo. De la misma manera esta hipótesis se extiende a diversos órganos, y las funciones que alguna vez se creyeron propias del cerebro cada vez más se constatan descentralizadas. Así, pensar con el cuerpo no es una superstición nueva era.
Pensar con la mente de dios es pensar también con el cuerpo, concretamente, con las tripas. Hay un punto que se encuentra dos dedos debajo del ombligo y dos dedos hacia dentro. Podemos poner nuestras manos allí y respirar para conectarnos con una inteligencia no racional, intuitiva, que resuena con las situaciones y las personas de una manera diferente a la mente analítica. Para las personas sobresaturadas de pensamientos, confundidas o indecisas, a veces pensar con las tripas puede llevar a una mayor escucha de sí y a un andar más asertivo. Os invito a probarlo visualizando el punto que describí y respirando como si allí estuviese vuestra nariz, en escucha de la inhalación y la exhalación en ese lugar del cuerpo. Probadlo mientras escucháis a otros o queréis definir un curso de acción, y observad qué diferencias existen si desvinculáis esta inteligencia.
Deseando que la exploración sea rica, ¡hasta la próxima!
*La referencia de dios aquí no es teista, espero hayáis notado las minúsculas. Llamo dios a la propia sabiduría interior, a la parte de ti que sabe lo que te hace auténticamente bien, que conoce, entiende, acepta y ama, y que es común a todos los seres aunque se manifiesta de una manera particular en cada uno de ellos.
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