En posts pasados he hecho referencia a la importancia que tiene reflexionar, para nuestro autoconocimiento, nuestro desarrollo y nuestra toma de decisiones. Entiendo por reflexionar la acción de cuestionarse, es decir, de hacerse preguntas e intentar responderse a uno mismo en sinceridad, observando las propias emociones, acciones, pensamientos e impulsos. Para esto es importante aprender a hacerse buenas preguntas, pues de estas dependerá la calidad de la reflexión. En general, las preguntas valiosas llevan a cursos de acción o al descubrimiento de cosas nuevas; pueden ser abiertas o cerradas, pero su raíz está en una mente que inquiere con apertura y genuina intención de saber. Cuando las preguntas no son tan buenas y la mente -como es habitual- es charlatana y pesada, es posible que nos enganchemos en deliberaciones eternas, circulares y recalcitrantes. Por esto es útil saber discernir cuándo nos estamos preguntando demasiado.

En el hábito de reflexión hay riesgo de mantenerse en la inacción  y la pura entretención mental de causas y consecuencias, que encubre una huida de la realidad. De esta manera permanecemos aislados de hacer en el mundo, quedándonos en el dominio de lo mental en donde no damos respuesta a las demandas concretas de nuestra vida, sino que imaginamos posibilidades que no terminan reflejadas en acciones. También así, el exceso de preguntas puede llevarnos a instalarnos en lugares dolorosos de culpabilización o crueldad con nosotros mismos, que están nuevamente inconexos de la realidad. Por último, es posible que el cuestionamiento constante sea un mecanismo de evasión que no permite la aceptación de una situación en particular para la cual puede ser que no haya un por qué o un cómo y que requiere de nosotros decisión, confrontación o entrega.

Así, cuando reflexionamos, vale la pena que anclemos nuestro pensamiento al presente, a las situaciones prácticas, a las relaciones, las conductas o los hechos sobre los que estamos pensando en primer lugar. Algunas herramientas para esto son:

1. Una pregunta válida  para cuando vemos que llevamos horas en “los mundos de yupi” es: ¿qué está pasando aquí y ahora? Puede ser que nos demos cuenta que mientras hemos estado en nuestras tribulaciones lo único real es que estamos lavando los platos o viendo un vídeo o haciendo ejercicio. Entonces, la realidad se impone al pensamiento y restaura el orden: Primero siempre está lo concreto.

2. Otra forma de tocar tierra cuando nos hemos perdido en las múltiples consideraciones es llevar el tema a otra persona que sea capaz de escucharnos neutralmente y de preguntarnos desde ese lugar de no juicio. De esta manera salimos un poco de nuestra mente y ganamos perspectiva y nuevas preguntas con las cuales unir la realidad con el reino intangible del análisis y la introspección.

3. Estar en el cuerpo generalmente es una de las mejores herramientas para desafiar las inercias mentales. Respirar, sentir el cuerpo cómo se encuentra, percibir nuestra postura, nuestras extremidades u órganos, permite “bajar” del nivel metal y ponerse en contacto con lo que es delimitado y definido: la experiencia real. De esta manera hay balance entre nuestro quehacer intelectual y aquello que somos en el nivel más concreto.

La reflexión debe servir a la vida, su utilidad es permitirnos una actividad interna y externa más saludable. Recordemos: si lo que pensamos no tiene un correlato tangible, nunca ha existido.

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