“Al igual que el inmenso océano cuenta con un único sabor – él de la sal – sólo un sabor conocen mis enseñanzas: el sabor de la libertad”.
Sangharákshita
Las personas occidentales vivimos en la sociedad de consumo que se basa en la idea de que el ejercicio de nuestra libertad se manifiesta en el hecho de que tenemos elección entre un amplio abanico de productos, paquetes o colores. Hemos crecido con la tremenda confusión de que la capacidad adquisitiva y la libertad son equiparables. En este setting mental cada cosa que nos pasa es evaluada y sopesada; cuando algo no nos gusta, hacemos nuestra pequeña pataleta preguntándonos “por qué a mí”, “cómo puede ser que yo”, y reclamamos una justicia incierta de la que no entendemos apenas sus mecanismos. Y nuestro altruismo se propulsa por el miedo a la ira divina, somos buenas personas esperando que así la vida sea más amable con nosotros, que las cosas vayan de acuerdo a nuestros designios. A pesar de esta ilusión, los eventos se presentan como son, a su aire, y la constatación reiterada de que en la vida no todo es como queremos nos confronta con el poco control que tenemos sobre la realidad, con el hecho de que esta es impermanente, cambiante.
Miradas más profundas sobre la existencia por el contrario, nos presentan la libertad como un haber más bien escaso que se encuentra dentro nuestro y tiene que ver con nuestro autoconocimiento y nuestra capacidad de amar quienes somos sin juicios (budismo), o de desapegarnos de la identidad del yo (advaita). La libertad desde esta perspectiva está ligada a la aceptación plena de la realidad como cambiante, como no obediente a nuestros deseos y expectativas. Para ser libre se requiere soltar la ilusión de control (tanto como sea posible).
El camino de la aceptación de la realidad implica ver que aunque queramos aferrarnos y con todas nuestras fuerzas cambiar la realidad, esto es imposible. Las cosas son como son, los hijos muertos están muertos y los vivos, vivos, las especies extinguidas, también, las personas enfermas lo están y no se curarán sólo con el deseo de que así sea. Ahora, esta óptica no se trata de entonces sentarse en el sofá esperando que la vida pase porque “si no tenemos el control para qué intentar”. El intento es importante y da balance entre el manifestarse de la vida y nuestra capacidad de hacer en el mundo. Para esto hay una fórmula en forma de máxima que me ayuda mucho: Hacer como si todo dependiera de nosotros sabiendo que todo depende de dios. Esto significa que si, por ejemplo, estamos enfermos y queremos mejorar nuestra salud, podemos cambiar la dieta, alimentar el pensamiento positivo, hacer ejercicio, seguir el tratamiento o todo lo que veamos que nos sienta bien, aceptando al mismo tiempo la enfermedad tal cual es y abrazando la circunstancia si los resultados no son los que esperábamos. De nuevo, las cosas son como son, no se puede evadir la realidad. Acepta que la vida es más grande que tú y que no todo es castigo o recompensa, que no todo es sobre “ti”, “tus acciones” o “lo que haces bien o mal” y embárcate confiado en la experiencia de vivir, con todo lo que es.
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