Desde la perspectiva Budista, la mejor decisión es siempre la que comporta menos sufrimiento para todas las partes involucradas. Esta es la fórmula, pero seguirla y determinar lo que esto significa exactamente en cada circunstancia puede ser un poco más complicado de lo que parece. A menudo las personas que consultan conmigo en terapia me piden que les ayude en sus procesos de toma de decisiones. En efecto, en la vida muchas veces necesitamos emprender cursos de acción y no sabemos cómo o cuáles tomar. Nos preguntamos cuál es la mejor decisión (o la menos peor), o tememos equivocarnos y esto nos hace permanecer en la inacción incapaces de definir qué hacer. En muchos casos, he encontrado que las personas intentan resolver a priori la ecuación, imaginándose escenarios. Esto es hasta cierto punto útil, pero a veces es posible que nos perdamos en nuestros laberintos mentales y nos dejemos poseer por el miedo a errar. Este post pretende acercarse a 5 acciones que facilitan los procesos de toma de decisiones.

  1. Responsabilizarse con amor:  A veces, cuando tenemos decisiones difíciles que tomar nos abruma la responsabilidad por el nuevo camino a tomar. Pensamos en todos los ajustes que implicará, en los cambios necesarios, en lo que representa en términos de esfuerzo, adaptación, etc., e incluso teniendo claro cuál es el sendero que nos aportará más crecimiento, nos refrenamos de tomarlo porque sólo imaginarlo ya nos agota e inmoviliza.  E.g.: Queremos emprender un nuevo negocio que se ajusta a nuestra vocación pero sabemos qué duros pueden ser los primeros meses, entonces nos endurecemos, nuestro cuerpo se pone rígido ante la idea de trasnochos y largas horas de trabajo. Puede ocurrir que en estos casos estemos enfrentando la decisión con tenacidad y voluntad férrea.  Entonces, es muy útil un cambio de perspectiva de una responsabilidad de hierro a una responsabilidad amorosa, amable con nosotros mismos y que está propulsada no por la tenacidad sino por el propósito. He identificado que para muchas personas es importante aprender que la responsabilidad y la dureza no tienen por qué ir de la mano necesariamente, que se puede ejercitar la voluntad y la disciplina con amabilidad, permitiéndonos fallar, con dulzura. En nuestra cultura esto es raro, porque hemos bebido una responsabilidad del esfuerzo, la seriedad y la sequedad. Pareciera como si responsabilizarnos por un nuevo inicio requiriera de nosotros gran solemnidad y la renuncia a nuestro auto-cuidado, a la alegría y al juego. Bajo esta visión ¡quién quiere decidir nada! Si en cambio permitimos que nos penetre el entusiasmo juguetón y nos comprometemos a cuidarnos en el proceso, es posible que podamos ver el sol salir en el horizonte de nuestra parálisis.
  2. Mantener una mente abierta: Otro rasgo clásico de la dificultad al tomar decisiones que observo en las personas es que tienden a imaginar su decisión como algo absoluto e inamovible. ¡Como si cualquier cosa lo fuera! pensamos que la decisión es irreversible, que si nos equivocamos es incorreglible, y entonces el miedo se pone regordete. Esto -que en  un post pasado he llamado “lógica de roca” adoptando la terminología de Pema Chödron- puede alejarnos de emprender rumbos nutritivos y bellos para nuestra vida. Si en vez de ello nos concentramos en contemplar la flexibilidad de la vida y aceptar su naturaleza cambiante de la cual no sabemos, podemos soltar, quizá un poco, la necesidad de control. Aceptar y asumir que haremos lo que esté en nuestra mano, pero la vida igualmente transcurrirá (como siempre lo hace) llevándonos por uno u otro derrotero, puede darnos la confianza que necesitamos para dar un paso detrás de otro hacia lo que queremos y enfrentar el miedo. Recordemos que nuestra necesidad de control es vana y sólo genera desgaste.
  3. Alinear la decisión con nuestros valores: Una cosa que creo que ayuda a enfrentar el miedo a errar es alinear la decisión con nuestros valores. Si estás en proceso de tomar una decisión difícil, piensa: ¿Cuáles son tus valores fundamentales? ¿Qué es importante para ti en la vida? La libertad, la familia, la solidaridad, el amor, la honestidad, o cualquiera que sean tus valores rectores, si la decisión está alineada con ellos, incluso si las cosas no van como esperabas, podrás saber que has hecho lo que necesitabas en coherencia contigo. Cuando las decisiones están alineadas con nuestros valores -sean pequeñas o grandes, riesgosas o cotidianas- traen consigo una sensación de plenitud y solidez que es independiente del resultado.
  4. Hacer un Dafo: Finalmente, y como las decisiones se toman con la cabeza, el corazón y las tripas (sí con los tres, nada de sólo seguir al corazón), es bueno sentarse con papel y lápiz y hacer un listado de pros y contras que aterrice un poco nuestro pensamiento en los panoramas concretos. Quizá así podemos ganar claridades y ver nuestras decisiones con mayor perspectiva, para asumir entonces el riesgo de vivir.
  5. Pasar a la acción: Si tras darle vueltas y vueltas y utilizar las técnicas que doy aquí u otras propias o recomendadas por otras vías, no encuentras una decisión satisfactoria, quizá sea hora de aceptar que a priori no tienes suficientes datos para resolver el croquis. ¡Elije! y pasa a la acción permitiendo que entonces la vida te oriente y te dote de más elementos para ir perfilando el cómo enfrentarte a los retos que se te presentan.

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