Una gran parte del sufrimiento humano se origina en la dificultad de visión clara de la que sufrimos por defecto y que nos impide vernos a nosotros como somos y a los otros y a las cosas como son. Incapaces de apreciar lo que es, nos apresuramos a poner etiquetas, interpretaciones, expectativas y juicios, a separar y a categorizar. Esta ceguera es particularmente dificultosa en las relaciones, y nos lleva a enfadarnos, decepcionarnos, frustrarnos y odiar, entre otras.

He explicado varias veces que la mente tiene una inercia al aferramiento: se cristaliza sobre formas de ver las cosas. Esto pasa con nosotros mismos y con los otros. Producto de esta inflexibilidad con nuestra identidad, con frecuencia sucede que nos aferramos con tal fuerza a un autoconcepto que pasamos por alto quien es el otro. Estamos tan ocupados viéndonos a nosotros mismos que no vemos a los demás. Esto  pasa en las relaciones de pareja, laborales, familiares de todo tipo. Nos decimos cosas como “yo siempre debo ser buena”, “yo soy maja”, “yo soy audaz”, “yo soy un conquistador” etc. y entonces, para actuar en conformidad con esa exigencia, hacemos caso omiso de nuestro interlocutor. Si hemos decidido que “yo soy leal” lo seremos incluso en circunstancias donde nuestra tenacidad y permanencia nos perjudican o perjudican al otro, porque este autoconcepto rígido no nos permite evaluar la situación, ver si conviene una lealtad sin límites o no, por ejemplo.  En consecuencia, establecemos relaciones desproporcionadas y poco satisfactorias en donde sentimos que hemos sido buenas personas, pero en las que no hemos conseguido estar con quien es el otro, nos hemos relacionado con nosotros mismos todo el tiempo.

Una de las bondades que tiene el enfoque contemplativo en psicoterapia es que una parte importante de su “técnica” más que un hacer es un estar plenamente con el otro, dándole nuestra presencia y aceptando su realidad. Esto también puede decirse de algunas psicologías humanistas y transpersonales. El “sentirse visto” es muy sanador y se parece bastante a sentirse amado plenamente. Ver a los otros es muy importante para establecer relaciones con sentido, en donde nos otorgamos a nosotros mismos la libertad de ser todo lo que somos en función del contexto y de quién es nuestro interlocutor. Os propongo el siguiente ejercicio con el objetivo de aflojar un poco las durezas identitarias y poder ver a los otros: Tomad algunas de las características que creáis que os definen y recapitulad un poco acerca de cuándo, por aferramiento, no habéis obrado conforme la situación lo requería y en cambio, para quedar bien con vosotros mismos os habéis mantenido en vuestra definición. Pensad ¿qué habríais hecho diferente? ¿Qué habría sido lo más fiel a vosotros mismos si esa rigidez no estuviese? Y entonces ¿Cómo podéis integrar esas características en vuestra vida? ¿Hay alguna relación o situación actual en donde os gustaría ponerlas en práctica?

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